PARÁBOLA DEL GRANO DE MOSTAZA (13,31-32; MC 4,30-32; LC 13,18-19)
31 Otra parábola les propuso: “El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo.
32 Es ciertamente más pequeña que cualquier semilla, pero cuando crece es mayor que las hortalizas y se hace árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas”.
El Reino de los Cielos es comparado con un grano de mostaza. En realidad, la comparación no es con el grano, la más pequeña de las semillas, sino con el término final de su desarrollo, cuando, transformado (hiperbólicamente) en un árbol, puede albergar a las aves del cielo que vienen a hacer en él su nido. A orillas del lago Tiberíades, la planta de mostaza alcanza una altura de tres a cuatro metros. El contraste de la parábola está entre el principio y el fin. La semilla de mostaza, tan pequeña que apenas se puede percibir, se convertirá en un árbol, en cuyas ramas anidarán las aves del cielo. 32 Es ciertamente más pequeña que cualquier semilla, pero cuando crece es mayor que las hortalizas y se hace árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas”.
Así será el Reino de los Cielos. A los ojos humanos, el Reino que Jesús predica e implanta tiene orígenes humildes, pero su vitalidad es tal que crecerá, superando toda previsión humana. Para los discípulos de Jesús, la parábola de debió ser un aliento frente a los insignificantes principios del Reino y la oposición a su mensaje.
Cuando el evangelista escribe, la Iglesia, pequeña en sus principios, ha ido creciendo en virtud de la savia divina que corre por ella, y su capacidad será tal que podrán venir a fijar en ella su tienda todas las naciones de la tierra.