JESÚS CAMINA SOBRE LAS AGUAS Y PEDRO CON ÉL (14,24-33; MC 6,47-52; JN 6,16-21)
24 La barca se hallaba ya distante de la tierra muchos estadios, zarandeada por las olas, pues el viento era contrario.
25 Y a la cuarta vigilia de la noche vino él hacia ellos, caminando sobre el mar.
26 Los discípulos, viéndole caminar sobre el mar, se turbaron y decían: “Es un fantasma”, y se pusieron a gritar de miedo.
27 Pero al instante les habló Jesús diciendo: “¡Ánimo!, que soy yo; no temáis”.
Jesús había dado orden a los discípulos de que fueran a la otra orilla. Esta nota supone de nuevo, para la multiplicación de los panes, un sitio sobre la ribera noroeste del lago. Los evangelios, sin contarla, dejan suponer una muy difícil travesía, ya que, habiéndose embarcado por la tarde, se encuentran todavía en plenas aguas, a muchos estadios de la orilla (un estadio son 185 metros), hacia la cuarta vigilia de la noche, es decir, entre las tres y las seis de la mañana. Mateo subraya que la dificultad para remar se debía a un fuerte viento contrario que había agitado las olas. El mar alborotado es símbolo del caos primordial y de las potencias del mal. 25 Y a la cuarta vigilia de la noche vino él hacia ellos, caminando sobre el mar.
26 Los discípulos, viéndole caminar sobre el mar, se turbaron y decían: “Es un fantasma”, y se pusieron a gritar de miedo.
27 Pero al instante les habló Jesús diciendo: “¡Ánimo!, que soy yo; no temáis”.
A la inquietud natural por la agitación del mar, se sumó la aparición de una persona que caminaba sobre el agua. Llenos de turbación y espanto, pensando que era un fantasma, comenzaron a gritar. Pero al punto Jesús se dirigió a ellos diciéndoles: “¡Animo!, que soy yo; no temáis!”. Con estas palabras, él les invita a dos actitudes: tener confianza y echar fuera el miedo, y la razón es porque “es él”.
La palabra “soy yo” significa, en su sentido primero y natural, “yo soy Jesús”, no se trata de un fantasma; pero, al mismo tiempo, ese “soy yo” está indicando, en terminología bíblica, una epifanía divina, ya que es Yahveh quien se revela “caminando sobre el mar”, dominándolo (Job 9,8; Sal 65,8; 77,17.20; 89,10).
El “¡no temáis!” recuerda la palabra que Jesús dirigió a Jairo: “¡No temas, solamente cree!”. Al animar a los discípulos a que tengan confianza y alejen el miedo, Jesús les está invitando a que tengan fe en él.
28 Pedro le respondió: “Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti sobre las aguas”.
29 “¡Ven”, le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús.
30 Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzó a hundirse, gritó: “¡Señor, sálvame!”.
31 Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dijo: “Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?”.
Con éste y otros dos episodios referentes a Pedro, Mateo quiere poner de relieve que existe una relación particular entre Jesús y Pedro (Mt 16,16-20; 17,24-27). Simón Pedro, que será más tarde el jefe y pastor de los discípulos (Jn 21,15-17) y deberá confirmar en la fe a sus hermanos (Lc 22,32), es invitado por Jesús en esta circunstancia a un primer reto y desafío en la fe. 29 “¡Ven”, le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús.
30 Pero, viendo la violencia del viento, le entró miedo y, como comenzó a hundirse, gritó: “¡Señor, sálvame!”.
31 Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dijo: “Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?”.
Hay que distinguir dos momentos en la escena. En un primer momento, a la orden de Jesús: “¡Ven!”, Pedro caminó sobre las aguas y llegó hasta Jesús. El prodigio de no hundirse ni ser tragado por el mar se obró gracias al poder de Jesús. Pedro participó en cierta forma del privilegio del Maestro.
En un segundo momento, Pedro, haciendo a un lado la acción poderosa de Jesús, comienza a fijarse en el viento y en su propia condición y empieza a hundirse. Este momento es el pedagógicamente más importante. Pedro no puede menos que clamar, pidiendo auxilio: “¡Señor, sálvame!”. Si Jesús salva de la enfermedad y de la muerte, salva también de los peligros de la naturaleza. Él no solamente es el Señor capaz de calmar la tempestad y de caminar sobre el mar, sino que salva en el momento mismo que nos vemos en peligro de sucumbir.
Jesús le tiende bondadosamente la mano a Pedro y le dice: “Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?”. Esta palabra, más que un reproche, es una ardiente invitación a Pedro para que crezca en la fe. Es como si le hubiera dicho: “Si comenzaste bien, ¿por qué no has continuado?”. Creer es entregarse a Jesús y seguirle confiadamente y sin temor a dondequiera que él vaya, aunque sea más allá de lo que parece humanamente posible. El relato de Jesús que camina sobre las aguas constituye una pequeña obra maestra sobre la fe.
32 Subieron a la barca y amainó el viento.
33 Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: “Verdaderamente eres Hijo de Dios”.
Una vez que subieron a la barca, el viento se calmó. Se trata de un nuevo prodigio: el viento y el mar se tranquilizan y los viajeros pueden continuar su navegación hasta la orilla. Cuando Jesús está presente, todo se facilita. 33 Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: “Verdaderamente eres Hijo de Dios”.
Los que estaban en la barca se postraron ante él, diciendo: “Verdaderamente eres Hijo de Dios”. Se trata de un progreso en la fe. Los que estaban en la barca, los discípulos, comenzaron a percibir con mayor profundidad el misterio de Jesús. No sólo se preguntan, como cuando la tempestad se calmó: “¿Quién es éste, a quien hasta los vientos y el mar obedecen?” (Mt 8,27), sino que ahora confiesan que verdaderamente Jesús es Hijo de Dios. Es el preludio de la confesión que Simón hará en Cesarea de Filipo (16,16).
La barca es también figura de la Iglesia, que navega sobre aguas tranquilas cuando Jesús va con ella. La Iglesia se postra y adora a Jesús, su Señor, que la salva del peligro de sumergirse en las profundidades del abismo.