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Mateo 16,13-20. PROFESIÓN DE FE Y PRIMADO DE PEDRO



PROFESIÓN DE FE Y PRIMADO DE PEDRO (16,13-20; MC 8,27-30; LC 9,18-21)

13 Llegado Jesús a la región de Cesarea de Filipo, hizo esta pregunta a sus discípulos:

14 “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?”. Ellos dijeron: “Unos, que Juan el Bautista; otros, que Elías; otros, que Jeremías o uno de los profetas”.

15 Díceles él: “Y vosotros ¿quién decís que soy yo?”.

16 Simón Pedro contestó: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”.

17 Replicando, Jesús le dijo: “Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre, que está en los cielos.

18 Y yo, a mi vez, te digo que tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.

19 A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos, y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos”.

20 Entonces mandó a sus discípulos que no dijesen a nadie que él era el Cristo.

Este pasaje es central en los tres evangelios sinópticos, principalmente en Mateo, que agrega las palabras de Jesús a Pedro (vv. 17-19). Los alcances eclesiológicos de este episodio son de capital importancia.

Jesús ha dejado nuevamente las orillas del lago y ha llegado a Cesarea de Filipo, ciudad construida por Herodes Filipo en honor de Augusto, hacia los años 3-2 a. C. El lugar se llama ahora Banias, en una de las fuentes del Jordán. De improviso, Jesús hace a sus discípulos esta pregunta: “¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del hombre?”. En lugar del simple pronombre “yo”, Mateo emplea el solemne título de “Hijo del hombre”, tomado de Dn 7,13.

Las identificaciones varían: unos piensan que es Juan Bautista, que ha resucitado (Mt 14,2); otros suponen que es Elías, que iba a venir como precursor del Mesías (Jn 1,21); otros conjeturan que puede ser Jeremías o alguno de los profetas. Mateo menciona particularmente a Jeremías tal vez porque este profeta fue quien, por sus experiencias personales, había predicho en su propia persona el rechazo y los sufrimientos del Mesías. Todas estas opiniones indican que Jesús era considerado un profeta.

“Este título de ‘profeta’, que Jesús sólo de manera indirecta y velada reivindica, pero que la gente le otorga claramente, tenía valor mesiánico. Pues el espíritu de profecía, extinguido desde Malaquías, debía reaparecer, según esperaba el judaísmo, como señal de la era mesiánica, o en la persona de Elías, o en forma de efusión general del Espíritu. De hecho, muchos (falsos) profetas se presentaron en tiempo de Jesús. Juan Bautista fue, sí, verdadero profeta, pero a título de precursor venido con el espíritu de Elías, y él mismo negó ser ‘el Profeta’ que había anunciado Moisés. Sólo Jesús es para la fe cristiana este Profeta. Sin embargo, habiéndose difundido el carisma profético en la Iglesia primitiva después de Pentecostés (Hch 11,27), este título de Jesús cayó pronto en desuso ante otros títulos más específicos de la cristología”.

Jesús insiste preguntando directamente a sus discípulos: “Y vosotros ¿quién decís que soy yo?”. A lo que Simón Pedro contestó: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo”. En Marcos y Lucas, Simón responde confesando sólo la mesianidad davídica de Jesús: “Tú eres el Mesías”, cuya base bíblica se encuentra en 2 Sm 7,1-16, donde Dios le prometía a David construirle una “casa-dinastía”. Esta respuesta puede representar la fórmula original de la confesión de Pedro.

Mateo, por su parte, de acuerdo con la fe cristológica del momento en que escribe su evangelio, enriquece la profesión de fe de Simón con la confesión de la filiación divina de Jesús: “el Hijo de Dios vivo”, que no es fruto de razonamiento humano, sino revelación del Padre, que está en los cielos. En Marcos y Lucas, a la confesión de Pedro sigue la orden de Jesús de no decir nada a nadie acerca de él.

Los vv. 17-19 son propios de Mateo y constituyen el fundamento de la autoridad de la Iglesia después de la resurrección y glorificación de Jesús, y de su misión de dirigir y gobernar.

Mt 16,17-19 es uno de los pasajes más discutidos del Nuevo Testamento, sobre todo porque la Iglesia católica lo ha empleado para fundamentar el ministerio del papa. Al no encontrarse en el evangelio de Marcos, algunos autores han pensado que ha sido creación de Mateo. Sin embargo, la fraseología del pasaje tiene tanto colorido y sabor semita que, más que creado por Mateo, muy probablemente éste lo ha tomado de una fuente más primitiva que el mismo Marcos.

En este supuesto, ¿en qué momento habrá dirigido Jesús estas palabras a Simón Pedro? La respuesta no puede ser perentoria. Se ha pensado en algún momento posterior a la resurrección de Jesús, como cuando confirió a los apóstoles el poder de perdonar los pecados (Jn 20,23) o cuando encomendó a Simón el cuidado del rebaño (Jn 21,15-17). Sea lo que sea, este pasaje petrino se relaciona estrechamente con Lc 22,31-32, en donde Jesús promete a Simón que su fe no fallará, y con Jn 21,15-17, donde Jesús restablece a Simón en el amor y le confía la atención de su rebaño.

Mt 16,17-19 es, en definitiva, un testimonio evangélico que fundamenta lo que en la Iglesia se denominará más tarde el “ministerio petrino” del pontífice de Roma.

El texto está dispuesto en tres estrofas de tres versos cada una.

Primera estrofa (v. 17)

“Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás”.

Simón es declarado sujeto de una bienaventuranza por parte de Jesús. Es dichoso, bienaventurado y afortunado, y la razón es:

“Porque no te ha revelado esto ni la carne ni la sangre, sino mi Padre, que está en los cielos”.

“Carne” y “sangre” designan la condición natural, material, limitada y frágil del ser humano –incluyendo la luz natural de su entendimiento–, en oposición a la esfera del Espíritu.

Para admitir la mesianidad de Jesús y sobre todo para reconocer la filiación divina de Jesús, “el Hijo de Dios vivo”, es necesaria una especial gracia de revelación de Dios. En virtud de esta revelación Simón será constituido “roca” sobre la cual Jesús edificará su Iglesia. La expresión “mi Padre, que está en los cielos” manifiesta el tono y ambiente filial en el que se mueve todo el evangelio de Mateo.

Segunda estrofa (v. 18)

“Y yo, a mi vez, te digo que tú eres Pedro”.

El sustantivo griego Petros equivale al arameo Kefá, que significa “roca”. Mateo ha colocado aquí el cambio de nombre que Jesús le dio a Simón. Este cambio simbólico pudo haber sido antes (Jn 1,42; Mc 3,16). El cambio de nombre en la Biblia llevaba consigo el ser investido con una misión nueva en la vida (Gn 17,5; 32,29). Con su nuevo nombre, Simón recibe la misión de ser una roca sobre la que se puede edificar firme y consistentemente.

“Y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”.

Simón “Roca” será la “roca” sobre la cual Jesús edificará su Iglesia. “El término ‘iglesia’, en griego ekklesía, responde al semítico qahal, que significa ‘asamblea’, y se encuentra con frecuencia en el Antiguo Testamento para designar a la comunidad del pueblo elegido, especialmente en el desierto (Dt 4,10). Algunos círculos judíos, que se creían el ‘resto’ de Israel de los últimos tiempos, como los esenios de Qumrán, denominaron así a su agrupación. Al recoger este término, Jesús designa a la comunidad mesiánica cuya nueva alianza él va a fundar con la efusión de su sangre; y al usarlo paralelamente al de ‘Reino de los Cielos’, indica que esta comunidad escatológica comenzará ya en la tierra como una sociedad organizada, cuyo jefe instituye”.

“Y las puertas del Hades no prevalecerán contra ella”.

“La puerta” de una ciudad oriental, o de la ciudadela, era el lugar fuerte donde se concentraba la fuerza armada que defendía una ciudad. El Hades griego, o el sheol semítico, o los inferi de los latinos, es la morada de los muertos. En una primera interpretación, el poder de la muerte no prevalecerá sobre la Iglesia de Jesús, fundada sobre la “roca” que es Pedro.

Pero muy posiblemente el contenido de esta palabra es superior y más rico. Las “puertas” personificadas evocan las potencias del mal–el poder destructor de Satanás–, que, tras haber arrastrado a los hombres a la muerte del pecado, los encadenan definitivamente en la muerte eterna. A imitación de su Maestro, muerto, “descendido a los infiernos” y resucitado, la misión de la Iglesia será la de arrancar a los elegidos al imperio de la muerte temporal, pero sobre todo arrancarlos del poder de Satanás y del pecado, para hacerlos entrar en el Reino de los Cielos (cf. Is 38,10; Job 38,17; Sal 9,14; Sab 16,13).

Tercera estrofa (v. 19)

“A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos”.

Al igual que la Ciudad de la Muerte, también la Ciudad de Dios tiene puertas, que no dejan entrar sino a los dignos de ella. Pedro recibe sus llaves. A él le corresponde, por tanto, abrir o cerrar el acceso al Reino de los Cielos por medio de la Iglesia. La palabra de Jesús recuerda el pasaje de Isaías en el que Elyaquim es constituido nuevo primer ministro del rey Ezequías, el maestro del palacio o el visir, que recibe las llaves de la casa de David: “Él abrirá y él cerrará” (Is 22,15-25; cf. Job 12,14).

“Lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos”.

“Atar” y “desatar” son dos términos técnicos del lenguaje rabínico que primeramente se aplicaban al campo disciplinar de la excomunión a la que se condena (atar) o de la que se absuelve (desatar) a alguien y, ulteriormente, a las decisiones doctrinales o jurídicas, con el sentido de “prohibir” (atar) o “permitir” (desatar). Pedro, como mayordomo, cuyo distintivo son las llaves de la Casa de Dios, ejercerá el poder disciplinar de admitir o excluir a quien le parezca bien, y administrará la comunidad por medio de todas las decisiones oportunas en materia de doctrina y de moral. Las sentencias y decisiones serán ratificadas por Dios desde lo alto de los cielos.

La exégesis católica sostiene que estas promesas eternas no valen sólo para la persona de Pedro, sino también para sus sucesores. Y si bien esta consecuencia no está explícitamente indicada en el texto, es, sin embargo, legítima, si se atiende a la intención manifiesta que tiene Jesús de proveer al futuro de su Iglesia con una institución que no puede desaparecer con la muerte de Pedro. Dos textos más, ya mencionados, Lc 22,31-32 y Jn 21,15-17, subrayarán que el primado de Pedro se ha de ejercer especialmente en el orden de la fe y que ese primado le hace cabeza no sólo de la Iglesia futura, sino ya ahora de los demás apóstoles.

Mateo termina el pasaje ordenando silencio sobre la mesianidad de Jesús: “Que no digan a nadie que él es el Cristo”, es decir, el Mesías.

Oración

¡Jesús!
Creemos que tú eres el Mesías, el Cristo;
más aún, el Hijo de Dios vivo.

Creemos que quisiste edificar tu Iglesia sobre el apóstol Pedro como sobre roca inconmovible; que la protegerás contra todo poder del Enemigo y que lo que ella ate o desate tendrá validez en los cielos.

Gracias, Señor, por haber querido continuar la serie de tus vicarios sobre la tierra en la persona del sumo pontífice.

¡Llénalo de tu Espíritu, ilumínalo con tu fulgor celeste, fortalécelo con tu virtud divina y líbralo de toda asechanza del espíritu del mal!