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LIBRO:

Mateo 17,1-8. LA TRANSFIGURACIÓN



LA TRANSFIGURACIÓN (17,1-8; MC 9,2-8; LC 9,28-36)

El relato de la transfiguración de Jesús es de una importancia fundamental para la cristología. Es una revelación de Dios que nos permite captar en los evangelios, de manera única, la profundidad oculta del ser de Jesús y la razón de su venida. Es un ejemplo del cumplimiento de las Escrituras en Cristo y una enseñanza importante para la vida espiritual de los discípulos de Jesús.

17,1 Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los lleva aparte, a un monte alto.

2 Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.

3 En esto, se les aparecieron Moisés y Elías, que conversaban con él.

4 Tomando Pedro la palabra, dijo a Jesús: “Señor, qué bien estamos aquí. Si quieres, haré aquí tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”.

“Seis días después”. Al parecer, esta cifra se refiere a la confesión de Pedro en Cesarea de Filipo; sin embargo, la escena recuerda el pasaje del Éxodo en el que Dios se revela a Moisés después de seis días (Éx 24,13-16). En este caso, la cifra tiene valor teológico.

Tomó Jesús consigo a Pedro, Santiago y Juan, los tres discípulos que estuvieron presentes en la resurrección de la hija de Jairo y que serán testigos de la agonía de Jesús en Getsemaní (Mc 5,37; Mt 26,37). Los lleva a un monte alto, lugar privilegiado de las revelaciones divinas. El monte alto podría ser el gran Hermón. La tradición posterior lo identificó con el monte Tabor. También se piensa en el monte Carmelo.

Lucas señala que Jesús estaba en oración. Bajo el efecto de la presencia de Dios, quedó transfigurado. Su rostro se puso brillante como el sol. Es como el resplandor de los justos que brillan en el Reino escatológico (Dn 12,3; Mt 13,43). La blancura de sus vestidos simboliza su pertenencia al mundo celeste (Mt 28,3; Hch 1,10; Ap 3,4; 20,11). La luz es símbolo de la presencia de Dios (Éx 34,29.35).

Esta transfiguración de Jesús evoca el estado de Cristo después de su resurrección gloriosa. Jesús tuvo una inefable experiencia espiritual. Teniendo en cuenta el inmediato contexto anterior (16,21), él recibe una revelación sobre su destino, a la vez doloroso y glorioso.

En Mateo, la transfiguración de Jesús es en favor de sus tres discípulos. Habiendo visto la gloria anticipada de Jesús, Pedro y sus compañeros serán más fuertes para soportar la humillación de Jesús en la cruz y para dar testimonio, más tarde, de la resurrección de Cristo (17,9.12).

De pronto se les aparecieron Moisés y Elías. Estos personajes son los más prominentes del AT, los que recibieron de Dios revelaciones importantes en el Sinaí-Horeb, y sintetizan uno la Ley y el otro los Profetas. Conversaban con Jesús. Mateo no manifiesta el tema de la conversación. Lucas lo revela: trataban del próximo “éxodo” de Jesús, esto es, de su salida de este mundo y de su paso a la vida futura.

Pedro interviene dirigiéndose a Jesús como “Señor”: “Señor, qué bien estamos aquí”. Pero ¿quién está bien: Jesús, Moisés y Elías, o Pedro y sus compañeros? Sea lo que sea, Pedro no comprende lo que sucede, pero quiere prolongar la situación. La mención de las tiendas podría significar que la transfiguración tuvo lugar durante la fiesta de los Tabernáculos (Lv 23,42-43).

5 Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y de la nube salió una voz que decía: “Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle”.

6 Al oír esto, los discípulos cayeron rostro en tierra, llenos de miedo.

7 Mas Jesús, acercándose a ellos, los tocó y dijo: “Levantaos, no tengáis miedo”.

8 Ellos alzaron los ojos y no vieron a nadie más que a Jesús solo.

Mateo habla de una “nube luminosa” que los cubrió con su sombra. Esta nube recuerda la nube del desierto (Éx 40,38). Es un signo de teofanía. Nos encontramos nuevamente en el ambiente del Éxodo y de Moisés. Y de la nube, símbolo de la presencia divina, la shekináh, salió una voz que decía: “Éste es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle”. La revelación es dirigida a los discípulos. La voz identifica a Jesús con el Siervo de Yahveh (Is 42,1) y posiblemente con el Rey mesiánico del salmo 2,7. La recomendación de “escucharlo” se refiere al profeta anunciado en Dt 18,15-18 como un nuevo Moisés encargado de transmitir al pueblo las palabras de Dios. Jesús, pues, el Hijo de Dios, es el Siervo de Yahveh, el Rey mesiánico y el Profeta-como-Moisés. La Ley, los Profetas y los Escritos dan testimonio de Jesús.

El temor sagrado que derribó a los discípulos rostro en tierra se debe en Mateo no tanto a la visión de Jesús transfigurado (Mc) como a la voz que escucharon. Entonces Jesús se acercó a ellos, los tocó y les dijo: “Levantaos, no tengáis miedo”. El toque de Jesús vence el miedo, conforta y levanta. Ellos alzaron los ojos y ya no vieron a nadie más que a Jesús solo. Moisés y Elías habían desaparecido. En adelante, es solo Jesús quien cuenta. En él se encuentra la perfecta revelación de Dios. Él es el nuevo Moisés y el nuevo Profeta de Dios a quien hay que escuchar.