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Mt 6,1-18. LAS BUENAS OBRAS EN SECRETO



LAS BUENAS OBRAS EN SECRETO (Mt 6,1-18)

Esta sección es propia de Mateo, con excepción de la oración del padrenuestro (vv. 9-13), que tiene su paralelo en Lc 11,1-4. Tanto en Mateo como en Lucas, la oración del Señor rompe el ritmo de la exposición.

Mateo 6,2-4.5-6.16-18 son tres estrofas perfectamente equilibradas, precedidas por una introducción común: 6,1. A un núcleo primitivo, Mateo agregó las piezas 6,7-8.9-13.14-15, incluyéndolas entre la segunda y tercera estrofas. La inclusión fue lógica, pues el tema de estas piezas añadidas es la oración, tema de la segunda estrofa.

“Limosna, oración y ayuno” son tres obras buenas que podían tener actos adicionales, en que los fariseos ponían especial empeño. No se trata aquí de prescripciones, sino de obras practicadas libre y voluntariamente, en las que los fariseos buscaban ser vistos para ser alabados.

1 Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario, no tendréis recompensa de vuestro Padre, que está en los cielos.

Por “justicia” hay que entender obras buenas que forman la perfección moral y hacen a la persona agradable a Dios y merecedora de recompensa divina. Jesús rechaza toda ostentación en la práctica de estas obras e invita a la discreción humilde y a la pureza de intención. La repetición, hasta cinco veces, de la expresión “y tu Padre que ve en lo secreto” (vv. 4.62.172) pone de relieve la intimidad de persona a persona entre el Padre y su hijo.

1. La limosna en secreto (6,2-4)

2 Por tanto, cuando hagas limosna, no lo vayas trompeteando por delante como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles, con el fin de ser honrados por los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga.

3 Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha;

4 así tu limosna quedará en secreto y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

La limosna a los pobres, una práctica que viene desde el AT, es preferible a los sacrificios. Es la tsedaqáh, “justicia”, en el sentido de “caridad” o “limosna”. El consejo de practicar la limosna es un rasgo característico de la religión de Lucas (Lc 3,11; 6,30; 7,5; 11,41; 12,33-34; 14,14; etc.). Pablo llama “limosna” a la colecta en favor de la comunidad cristiana de Jerusalén (Hch 24,17).

2. La oración en secreto (6,5-15)

5 Y cuando oréis, no seáis como los hipócritas, que gustan de orar en las sinagogas y en las esquinas de las plazas bien plantados, para ser vistos por los hombres; en verdad os digo que ya reciben su paga.

6 Tú, en cambio, cuando vayas a orar, entra en tu aposento y, después de cerrar la puerta, ora a tu Padre, que está allí, en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

Con estas palabras, Jesús no prohíbe la oración en común y pública, que él mismo practicaba en la sinagoga (Mc 1,21), sino que subraya que la oración es ante todo comunicación sincera y filial con Dios en lo íntimo del corazón. Enseguida, Mateo agrega tres pasajes sobre la oración.

a) La oración de los discípulos (vv. 7-8)

7 Y, al orar, no charléis mucho, como los gentiles, que se figuran que por su palabrería van a ser escuchados.

8 No seáis como ellos, porque vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo.

Con esta instrucción, Jesús no quiere rechazar la oración vocal en común. Enseña que la oración de sus discípulos no debe ser a la manera de la oración de los paganos, hecha de palabrería, fórmulas mágicas y danzas, tratando de presionar a la divinidad, sino sencilla y confiada, apoyándose en la bondad y en la sabiduría de Dios, ya que “vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo”.

b) El “padrenuestro” (vv. 9-13)

9 Vosotros, pues, orad así:

10 Padre nuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu nombre;

11 venga tu Reino; hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.

12 Danos hoy nuestro pan necesario y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores;

13 y no nos dejes caer en tentación; y líbranos del Maligno.

La “oración del Señor” es la cumbre y el corazón del sermón de la montaña. Nos ha sido transmitida en dos recensiones: Mateo y Lucas (Mt 6,9-13; Lc 11,2-4). En Mateo consta de siete peticiones; en Lucas, sólo de cinco.

Aunque la recensión de Lucas sea más breve, no por eso hay que decir que se trata de la forma original primitiva; ambas recensiones presentan indicios de adaptación al uso de diferentes comunidades cristianas.

Mateo Lucas
Padre nuestro, que estás en los cielos: Padre:
1. Santificado sea tu nombre. 1. Santificado sea tu nombre.
2. Venga tu Reino. 2. Venga tu Reino.
3. Hágase tu voluntad como en el cielo también sobre la tierra. ----------
4. Danos hoy nuestro pan necesario. 3. Danos nuestro pan necesario para cada día.
5. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros hemos perdonado a nuestros deudores.4. Y perdónanos nuestros pecados, pues también nosotros perdonamos a todo el que nos debe.
6. Y no nos dejes caer en tentación. 5. Y no nos dejes caer en tentación. .
7. Y líbranos del Maligno.------

El padrenuestro tiene parecido con oraciones sinagogales del judaísmo del siglo I, como “las dieciocho peticiones”, “el Qaddish” u otras. Se ha dicho que puede considerarse como una síntesis de la piedad judía. En efecto, para las siete peticiones se puede encontrar un equivalente en esas oraciones.

Sin embargo, se distingue por su particular espíritu filial, su sencillez y su simplicidad. Es una “oración cristiana” hecha por Jesús judío. Las fórmulas pueden ser judías, pero su espíritu es cristiano. El cuerpo de la oración es judío, pero su alma es cristiana. Jesús transformó y sintetizó en la “oración por excelencia” las palabras de todos los judíos y de todo el mundo.

La oración es muy directa y muy sobria. Las tres primeras peticiones se dirigen a Dios, pidiendo que él sea glorificado: es la oración de adoración; que ejerza libremente su reinado en medio de nosotros: es el deseo de la salvación escatológica; y que realice soberanamente su voluntad: es la adhesión plena al querer divino. Las cuatro siguientes tienen como tema las necesidades más radicales del ser humano: el pan de cada día, debido a la providencia de Dios; el perdón de Dios, condicionado por la generosidad en perdonar; la protección para no sucumbir en la tentación y la liberación del poder del Maligno.

Es una oración colectiva: la comunidad cristiana, reunida con Jesús en espíritu de familia, eleva su plegaria a Dios, su Padre. Es la oración por antonomasia del cristiano, enseñada por Jesús de Nazaret. Es la plegaria universal de los que creen en Cristo. Es la quintaesencia de todo el Evangelio. Es la más lograda síntesis del mensaje de Cristo. Es el Evangelio hecho oración. Es la fe cristiana hecha plegaria.

El padrenuestro no debe ser repetición mecánica de frases, sino el punto de partida para una oración contemplativa. Si se toma como tema de oración personal, no es necesario repetirla muchas veces, ni recitarla de principio a fin. Se puede escoger una de las peticiones y permanecer en ella gustando, a la luz del Espíritu Santo, su contenido profundo, extrayendo sus tesoros de significación espiritual y haciéndola objeto de verdadera contemplación. Seguramente, de esta manera la oró el mismo Jesús.

Padre nuestro

La oración va dirigida a Dios no como Dios, ni como creador, ni como rey, sino como Padre, y Padre nuestro. Una atmósfera filial se respira en todo el discurso evangélico. Las expresiones “Padre nuestro”, “vuestro Padre”, “tu Padre”, “el Padre de los cielos” se repiten hasta 17 veces. Dios es llamado “Padre” ya en el Antiguo Testamento. Dios es Padre para Israel, su hijo (Dt 32,6; Is 43,6; 63,16; 64,8), pero en labios de Jesús esta invocación tiene un sentido de mucha mayor intimidad.

Que estás en los cielos

Nuestro Padre, Dios, no pertenece al mundo de las criaturas de la tierra. Su mansión está en otra esfera, en lo alto, en otra dimensión, en el mundo propio de la divinidad: en el cielo. Él es trascendente.

Santificado sea tu nombre

El “nombre” equivale a la persona misma e indica el aspecto por el cual el ser inaccesible se comunica a nosotros y así podemos entrar en relaciones íntimas con él. La santidad de Dios es como su definición. Él es el “Santo, santo, santo; la tierra toda está llena de su gloria” (Is 6,3). La santidad es la esencia misma de Dios. La perfección moral absoluta. Él es el autor mismo de esa santificación a su nombre. Y quiere hacer participar a sus hijos de lo que él es: “Sed santos, como yo, Yahveh, vuestro Dios, soy santo” (Lv 19,2; 20,26). Cuando Dios ha ejercido esa acción santificante sobre los suyos, ellos, a su vez, lo santifican reconociendo y proclamando su santidad. Él es “el Santo de Israel” y se complace en comunicar a su pueblo la santidad. Dios muestra su santidad salvando a su pueblo (Ez 36,23). San Pablo escribía: “Ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación” (1 Tes 4,3), que os parezcáis a vuestro Dios, que es el Santo.

Venga tu Reino

De la santidad de Dios desciende Jesús al orden social, en donde debe desbordarse y comunicarse esa santidad divina. La gran promesa del AT era el establecimiento en el mundo de su reinado, a través del Mesías y del pueblo de los santos (Dn 7,13-14.27). Los salmos cantaban el reinado de Dios (Sal 93-99). Sería un reinado de justicia, de paz y de felicidad. La petición del padrenuestro es que realice él mismo su reinado, que gobierne con libertad, que actúe en todos los hombres, principalmente en su pueblo. El Reino de Dios fue el gran tema de la evangelización de Jesús.

Hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo

La implantación de ese reinado tendrá como resultado el cumplimiento de la voluntad de nuestro Padre: que como se realiza su voluntad en el cielo, la realice también libre y soberanamente sobre la tierra. Hacer en todo la voluntad del Padre fue el alimento de Jesús (Jn 4,34; 6,38-40; 8,29; 17,4; 19,30; Mt 26,39.42). Así también, todo discípulo de Jesús debe afanarse para que Dios realice plenamente su amorosa voluntad paternal (Mt 7,21; 12,50; 18,14).

Las tres primeras peticiones o deseos del padrenuestro giran en torno a la santidad divina de la que el Padre está lleno, la cual se desborda en la humanidad constituyendo el Reino de Dios, en el que gobierna y se cumple la voluntad divina.

Danos hoy nuestro pan necesario

El adjetivo que califica a “pan” es, en el original griego, o epioúsios, de traducción incierta. El latín lo traduce por supersubstantial. Algunos autores lo traducen por pan “diario, cotidiano, necesario”, y otros, como el pan “por excelencia”. La tradición patrística griega entendió la petición del pan como petición de la Palabra o de la Sabiduría de Dios; la tradición siro-latina interpretó el pan como el cuerpo eucarístico de Jesús.

Podría ser que originariamente Jesús se haya referido al pan material necesario para el sustento de cada día. Este pan es como el símbolo y la síntesis de todas las necesidades básicas del ser humano: alimento, vestido, salud y casa. A nuestro Padre le interesa todo aquello que necesitamos para la vida de nuestro cuerpo y de nuestro espíritu, y está al pendiente de todo ello (Mt 6,8.32). Por nuestra parte, con humildad y confianza, pongamos delante de nuestro Padre nuestras preocupaciones diarias.

Perdónanos nuestras deudas

Nuestras deudas con Dios son nuestros pecados, y le pedimos que nos conceda la gracia del arrepentimiento y de la conversión. El hombre es, a causa de su naturaleza caída, pecador. ¿Quién puede sentirse inocente ante el Señor?: “Mira que en culpa ya nací; pecador me concibió mi madre” (Sal 51,7). Pero el perdón que Dios nos otorga debe ir acompañado con el perdón que nosotros debemos ofrecer a todo aquel que nos ofende. El perdón es una de las exigencias más fuertes de Jesús para sus discípulos (Mt 6,14), y a este perdón consagrará una de sus parábolas más impactantes (Mt 18,23-35).

No nos dejes caer en tentación

“No nos dejes caer en tentación” o “no permitas que entremos en tentación” (Mt 26,41)58. Las tentaciones e insinuaciones para caer en el pecado nunca faltarán. Pero le pedimos a Dios, nuestro Padre, que no permita que seamos tentados sobre nuestras fuerzas, que acuda a nosotros con su especial providencia para librarnos de esas ocasiones, que podrían superarnos. Carecer de tentaciones es imposible. Jesús mismo las sufrió (Mt 4,1-11; 26,41). Pero dice el apóstol Pablo: “Fiel es Dios, que no permitirá que seáis tentados sobre vuestras fuerzas” (1 Cor 10,13).

Y líbranos del Maligno

El Mal es, ante todo, el Maligno, el Tentador, Satanás, que quiere desviarnos, como a Jesús, del camino y de la voluntad de nuestro Padre. Por él entró el pecado en el mundo y, tras el pecado, vinieron todos nuestros infortunios. Le pedimos, por tanto, a nuestro Padre que nos libre del Demonio y también de toda clase de mal, particularmente de orden moral.

Un buen número de manuscritos colocan al final del padrenuestro la doxología “porque tuyo es el Reino, y el poder, y la gloria, por los siglos. Amén”.

c) El perdón al prójimo (vv. 14-15).

14 Si vosotros perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial,

15 pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre perdonará vuestras ofensas.

El tema del perdón es tan importante que mereció un comentario adicional de parte de Jesús y del evangelista. El perdón que el discípulo de Jesús debe otorgar a quien le haya ofendido es un elemento esencial en la moral del Señor (6,12; 18,35; Mc 11,25; Col 3,13; Ef 4,32).

3. El ayuno en secreto (6,16-18)

16 Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas, que desfiguran su rostro para que los hombres vean que ayunan;

17 en verdad os digo que ya reciben su paga. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro,

18 para que tu ayuno sea visto no por los hombres, sino por tu Padre, que está allí, en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.

Además del ayuno cultual del día de la expiación (Lv 16,29; 23,27), los judíos piadosos practicaban ayunos facultativos, de los que se trata aquí. Podían ser públicos y privados (cf. Éx 34,28; Dn 9,3; Mt 4,2; 9,14-17; Hch 13,2-3; 14,23). Jesús los considera legítimos. Él, como los profetas (Jl 2,13; Zac 7,5), previene contra la pérdida de su sentido: el ayuno debe ser signo de humildad y de conversión ante Dios (Is 58,3-9). Unido a la limosna, fortifica la oración (Tob 12,8), y es muestra de dolor y tristeza por nuestros pecados (Mt 9,14-15).