CURACIÓN DE DOS CIEGOS (9,27-31)
27 Cuando Jesús se iba de allí, le siguieron dos ciegos gritando: “¡Ten piedad de nosotros, Hijo de David!”.
28 Y al llegar a casa se le acercaron los ciegos y Jesús les dice: “¿Creéis que puedo hacer eso?”. Dícenle: “Sí, Señor”.
29 Entonces les tocó los ojos diciendo: “Hágase en vosotros según vuestra fe”.
30 Y se abrieron sus ojos. Jesús les ordenó severamente: “¡Mirad que nadie lo sepa!”.
31 Pero ellos, en cuanto salieron, divulgaron su fama por toda aquella comarca.
En el cuadro de Mateo, todo desaparece: sólo se encuentran Jesús y, ante él, los dos enfermos. Este milagro tiene un paralelo muy semejante en Mt 20,29-34, en donde hay también dos ciegos, la misma aclamación y el mismo gesto sanador: Jesús toca sus ojos. La virtud curativa brota de la palabra eficaz de Jesús, unida a su contacto físico corporal. 28 Y al llegar a casa se le acercaron los ciegos y Jesús les dice: “¿Creéis que puedo hacer eso?”. Dícenle: “Sí, Señor”.
29 Entonces les tocó los ojos diciendo: “Hágase en vosotros según vuestra fe”.
30 Y se abrieron sus ojos. Jesús les ordenó severamente: “¡Mirad que nadie lo sepa!”.
31 Pero ellos, en cuanto salieron, divulgaron su fama por toda aquella comarca.
Otros detalles distinguen los dos casos: en éste, Jesús se halla en su primer ministerio en Galilea, urge el “secreto mesiánico” y exige la fe; en aquél, Jesús sale de Jericó, está a punto de subir a Jerusalén para la “gran semana” y sana a los ciegos como signo de que los tiempos mesiánicos se han cumplido (cf. Is 29,18; 35,5). Cada milagro tiene en el evangelio su significado propio y peculiar.
“Le siguieron dos ciegos”. Este detalle, teniendo en cuenta la ceguera de aquellos hombres, es importante: manifiesta su interés, pero sobre todo la fe y la esperanza de ser sanados. Se diría que van en seguimiento de Jesús Maestro, como discípulos suyos.
“Gritando”. El grito, implorando piedad y misericordia, es la expresión sensible de quien percibe la trascendencia de un momento tal vez único en la vida. ¡Sus ojos están en tinieblas! Probablemente ha llegado la hora de salir de su triste situación.
“¡Hijo de David!”. Es un título popular dado al Mesías, que parte de textos mesiánicos del Antiguo Testamento (2 Sm 7,1-14; Am 9,11; Os 3,5; Is 11,1; Jr 33,17.21-22; Ez 34,23-25; Zac 12,8-10). Con frecuencia, el Nuevo Testamento, desde los evangelios hasta el Apocalipsis, da a Jesús este título, que él admite sólo discretamente, dada la carga humana y nacionalista que encerraba (Mt 15,22; 20,30-31; 21,9.15; Lc 1,32; Hch 2,29-34; 13,22-23; Rom 1,3; Ap 22,16). Antes que este título, Jesús prefiere más bien el misterioso apelativo de “Hijo del hombre” (Mt 8,20).
El diálogo que en la intimidad de la casa se teje entre Jesús y los dos ciegos es el corazón de la escena. La clave es doble: en Jesús, su poder; en los ciegos, la fe.
–¿Creéis que puedo hacer eso?
– Sí, Señor.
– ¡Hágase en vosotros según vuestra fe!
Y Jesús tocó los ojos de aquellos ciegos y sus ojos se abrieron. – Sí, Señor.
– ¡Hágase en vosotros según vuestra fe!
Jesús les urge a guardar el secreto mesiánico, pero ellos pregonan por toda aquella tierra el beneficio que han recibido. La nueva evangelización, evangelización de hoy y para el mundo de hoy, requiere palabras ardientes y signos visibles, a los que debe seguir una proclamación de testimonio vivo y convincente. Pero el secreto para que el prodigio se obre es la fe en el poder del Señor Jesús.