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LIBRO:

Mt 9,35-10,1. INTRODUCCIÓN AL DISCURSO EVANGÉLICO



INTRODUCCIÓN AL DISCURSO EVANGÉLICO (MT 9,35–10,1)

Antes del sermón de la montaña, el evangelista había presentado un cuadro general sobre el ministerio de Jesús (4,23-25); ahora hace lo mismo como introducción al discurso a los apóstoles (9,35–10,1).

35 Jesús recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando la Buena Nueva del Reino y sanando toda enfermedad y toda dolencia.

36 Y al ver a la muchedumbre, sintió compasión de ella, porque estaban vejados y abatidos como ovejas que no tienen pastor.

37 Entonces dice a sus discípulos: “La mies es mucha y los obreros pocos.

38 Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies”.

10,1 Y llamando a sus doce discípulos, les dio poder sobre los espíritus inmundos para expulsarlos y para curar toda enfermedad y toda dolencia.

El profeta de Galilea recorre incansablemente todas las poblaciones del país proclamando el Evangelio del Reino, enseñando y sanando toda enfermedad. Es evangelista, maestro y taumaturgo sanador. Y siente compasión de la muchedumbre, pues la ve como un rebaño de ovejas dispersas, despreciadas y maltratadas, sin pastor que cuide de ellas. La imagen es bíblica (Nm 27,17; 1 Re 22,17; Ez 34,5; Zac 10,2; 13,7; Jdt 11,19).

Jesús considera el problema como una oportunidad: “La mies es mucha y los obreros pocos”. La mies no pertenece a los hombres, sino que es propiedad de Dios. Sólo la oración instante al Dueño de la mies puede procurar la abundancia de pastores y de obreros para el Reino de los Cielos.

Entonces Jesús llama a sus doce discípulos –cuya institución Mateo no narra, sino que supone– y los dota con poder sobre los demonios y las enfermedades. Los exorcismos y las curaciones se entrelazan y derivan del mismo poder. Para la Biblia, el dolor, el sufrimiento, la enfermedad y la muerte son consecuencia y signo del pecado y del dominio de Satanás (Gn 3,16-19); sanar las enfermedades es, por tanto, signo de la destrucción del reino del mal.

ACTUALIDAD DE LOS SIGNOS DE JESÚS

Es un hecho y signo evidente y palpable que Dios, en su misericordia y compasión divinas, ha querido en las últimas décadas renovar en la Iglesia los carismas de milagros y curaciones de otros tiempos.

Cuando leemos los evangelios, fácilmente podemos darnos cuenta de que el curar era una parte importante del ministerio en la vida de Jesús. Dondequiera que Jesús estaba, eran evidentes las curaciones del cuerpo, de la mente, del espíritu y del corazón. El curar también es una parte y encomienda del ministerio y de la misión de la Iglesia”.

Es verdaderamente conmovedor pensar, a la luz de la fe, que lo que hizo Jesús hace veinte siglos lo puede también hacer hoy y lo continúa haciendo –cuando él quiere– entre nosotros, en el siglo XXI.

Oración

Señor Jesús:
Ten compasión de nosotros
y dígnate obrar entre nosotros, hoy,
las maravillas de misericordia
que realizaste en tu vida de ministerio público.
Sana, Jesús, a los leprosos y cura a los paralíticos.
Dale la salud a cualquier persona enferma que te invoque.
Calma nuestras tempestades interiores y espirituales,
pero resuelve también las tempestades de nuestra vida ordinaria.
Líbranos, particularmente, de las asechanzas del Demonio.
Cúranos de nuestras parálisis, sobre todo espirituales.
Manifiesta tu poder sanando hemorragias imposibles de curar.
Líbranos de la muerte cuando nos amenaza sin que sea todavía tu voluntad.
Cura a los ciegos, a los sordos, a los mudos.
Jesús, creemos que tú lo puedes hacer.
Tienes en tu mano todo el poder que el Padre te ha comunicado.
Sin embargo, ponemos humildemente nuestras plegarias ante tu santísima voluntad.