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LIBRO:

Mateo 13,3B-30. PARÁBOLA DEL SEMBRADOR



PARÁBOLA DEL SEMBRADOR (13,3B-9; MC 4,1-9; LC 8,4-8)

Decía: “Salió un sembrador a sembrar.

4 Y al sembrar, unas semillas cayeron a lo largo del camino; vinieron las aves y se las comieron.

5 Otras cayeron en pedregal, donde no tenían mucha tierra, y brotaron enseguida por no tener hondura de tierra;

6 pero en cuanto salió el sol se agostaron y, por no tener raíz, se secaron.

7 Otras cayeron entre abrojos; crecieron los abrojos y las ahogaron.

8 Otras cayeron en tierra buena y dieron fruto: una ciento, otra sesenta, otra treinta.

9 El que tenga oídos, que oiga”.

La parábola sugiere un auditorio de agricultores. La llegada del Reino de Dios fue el tema de la predicación de Jesús desde los primeros días de su ministerio. Ese mismo tema es el de la parábola del sembrador (13,19). Jesús deja caer, como una semilla, la Buena Nueva del Reino. Las semillas corren suerte diferente: unas se pierden porque caen en el camino, sobre piedras o entre abrojos, pero otras caen en tierra fecunda y su fruto es de cien, de sesenta o de treinta.

La parábola es de esperanza y optimismo. Ya desde ahora, Jesús, rebosante de alegre confianza, lanza su vista al porvenir –más aún, a los últimos días– y contempla la cosecha final, ¡asombrosa cosecha que sobrepasa todas las expectativas humanas! Es una parábola escatológica. Lo que Jesús mira complacido tras las espigas cuajadas de trigo es el triunfo final del Reino de los Cielos.

¿Por qué quiso Jesús hablar en parábolas? (13,10-17)

10 Y, acercándose, los discípulos le dijeron: “¿Por qué les hablas en parábolas?”.

11 Él les respondió: “Es que a vosotros se os ha dado conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no.

12 Porque a quien tiene se le dará y le sobrará, pero a quien no tiene, aun lo que tiene se le quitará.

13 Por eso les hablo en parábolas, porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden”.

A los discípulos, gracias a su cercanía y a su apertura a las enseñanzas de Jesús-Maestro, Dios les ha dado una mayor comprensión del Reino de los Cielos y de sus misterios.

“A los otros no”. Estos “otros” son principalmente los enemigos de Jesús, escribas y fariseos, que sistemáticamente se cierran a su doctrina y se oponen a su conducta.

“A quien tiene se le dará y le sobrará”. Esta palabra se refiere a todos aquellos que han aceptado la predicación del Reino. Además de la antigua Alianza, se les dará el perfeccionamiento de la nueva. No se trata de recompensas materiales, sino espirituales. A quien reciba los misterios del Reino, Dios le dará abundantes gracias de conocimiento y de comprensión.

“A quien no tiene, aun lo que tiene se le quitará”. A los que se cierren a la proclamación del Reino se les quitará hasta el ofrecimiento que del mismo se les ha hecho. A las almas mal dispuestas se les quitará hasta lo que tienen, es decir, la Ley judía, que, abandonada a sí misma, quedará caduca.

“Por eso les hablo en parábolas...”. Los adversarios de Jesús han escuchado sus enseñanzas y las han visto corroboradas por sus milagros; sin embargo, no han querido aceptar y creer. Jesús les ofrece ahora su enseñanza en parábolas para ver si así comprenden más fácilmente y aceptan su doctrina.

Finalidad de las parábolas

A lo largo de los siglos han surgido a este propósito diferentes opiniones. Unos dicen que las parábolas constituyen un género literario enigmático para ocultar la verdad. Otros afirman que es un género semioscuro que sólo manifiesta parte de la verdad. Otros piensan que el género parabólico es claro y, por sí mismo, apto para hacer comprender más fácilmente una verdad difícil.

De acuerdo a estas hipótesis:

– Unos piensan que Jesús comenzó a utilizar el género parabólico cuando, después de hablar abierta y claramente, muchos se cerraron a su predicación. Entonces Jesús quiso usar como castigo este lenguaje enigmático. Es la tesis del castigo.

– Otros opinan que Jesús, al hablar en parábolas, quiso fundamentalmente usar un método para ser comprendido mejor. Es la tesis de la misericordia.

¿Qué pensar?

1. Ante todo, parece obvio que con sus parábolas Jesús quiso atraer la atención de sus oyentes, que eran un público constituido en general por gente pobre, sencilla y humilde. En esta línea, muchas de sus parábolas resplandecen por su claridad, sencillez y profundidad.

2. Las parábolas donde aparece propiamente el problema son las referentes al “Reino de los Cielos”.

Pues bien, para dar una respuesta correcta, hay que tener en cuenta varios elementos: Jesús proclamaba que el Reino de los Cielos era un reino espiritual, oculto y misterioso. Ante esta predicación se produjo un endurecimiento voluntario y culpable, sobre todo por parte de los grandes (cf. Mt 11,16-19.20-24; 12,7-14.24.32.39.45).

Jesús no podía continuar hablando tan claramente; sin embargo, tampoco debía callar, pues su misión no podía fracasar, sino seguir adelante. Es entonces cuando acude a un método insinuante, brotado de su misericordia: “las parábolas”. A esos espíritus oscurecidos, a quienes la plena luz sobre el carácter humilde y oculto del verdadero mesianismo cegaría más, Jesús quiere proporcionarles una luz tamizada por símbolos: media luz que todavía es una gracia y un llamamiento a abrir los ojos y admitir el Reino de los Cielos según la voluntad del Padre. Sin embargo, ni así se han abierto a las enseñanzas de Jesús.

El evangelista ve que con la predicación de Jesús en parábolas se ha cumplido una profecía de Isaías (Is 6,9-10):

14 En ellos se cumple la profecía de Isaías: “Oír, oiréis, pero no entenderéis; mirar, miraréis, pero no veréis.

15 Porque se ha embotado el corazón de este pueblo, han hecho duros sus oídos y sus ojos han cerrado, no sea que vean con sus ojos, con sus oídos oigan, con su corazón entiendan y se conviertan, y yo los sane”.

En cambio, a sus discípulos y a la gente sencilla que ha recibido a Jesús, ha visto sus prodigios y ha aceptado su predicación, dirige Jesús la siguiente bienaventuranza:

16 ¡Pero dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen!

17 Pues os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros oís, pero no lo oyeron.

Explicación de la parábola del sembrador (13,18-23; Mc 4,13-20; Lc 8,11-15)

18 Vosotros, pues, escuchad la parábola del sembrador.

19 Sucede a todo el que oye la palabra del Reino y no la comprende, que viene el Maligno y arrebata lo sembrado en su corazón: éste es el que fue sembrado a lo largo del camino.

20 El que fue sembrado en pedregal es el que oye la palabra y al punto la recibe con alegría,

21 pero no tiene raíz en sí mismo, sino que es inconstante y, cuando se presenta una tribulación o persecución por causa de la palabra, sucumbe enseguida.

22 El que fue sembrado entre los abrojos es el que oye la palabra, pero las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas ahogan la palabra y queda sin fruto.

23 Pero el que fue sembrado en tierra buena es el que oye la palabra y la entiende: éste sí que da fruto y produce: uno, ciento; otro, sesenta; otro, treinta.

La interpretación de la parábola del sembrador, separada de la misma parábola por ocho versículos, es obra de la Iglesia apostólica, que alegorizó la parábola, interpretando cada detalle con el fin de aplicarla a las diferentes situaciones de los creyentes de esa época. De esta forma, la parábola, de escatológica que era, pasó a ser individual y se revistió de tintes psicológicos.

La semilla vino a simbolizar, al mismo tiempo, la Palabra de Dios y los diferentes individuos, con sus diversas reacciones ante la predicación de la Palabra. Esta fusión fue posible porque, en el lenguaje bíblico, “semilla” designa también el linaje humano, a los hombres o al pueblo de Israel (cf. Os 2,25; Jr 31,27; Mt 22,24-25; Lc 1,55; Jn 8,33; etc.).

Si, por una parte, la explicación empañó el sentido primitivo escatológico de la parábola, por otra los evangelistas nos han transmitido, con la garantía de la inspiración divina, la interpretación de la parábola como fue predicada y aplicada por nuestros primeros hermanos en la fe. Es un ejemplo elocuente del valor vital de las palabras de Jesús en la Iglesia primitiva y de la actualización que pueden tener para los creyentes de todos los tiempos.

En síntesis, la semilla es la Palabra del Reino. En el primer caso, es el Maligno quien arrebata la Palabra que ha sido sembrada; en el segundo caso, la Palabra no produce su fruto debido a la inconstancia o a la tribulación y persecución sufridas a causa de la Palabra, pero no superadas. Se adivinan aquí las situaciones de la Iglesia de los primeros tiempos, que se veía perseguida a causa de la nueva fe. La tribulación, prueba severa, y la persecución causaban caídas en las personas inconstantes, que eran como plantas sin raíz. En el tercer caso, la Palabra no produce fruto porque la ahogan las preocupaciones del mundo y la seducción de las riquezas. Finalmente, la Palabra produce fruto –cien, sesenta o treinta– cuando cae en aquel que la escucha y la comprende.