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LIBRO:

Mateo 13,47-50. PARÁBOLA DE LA RED



PARÁBOLA DE LA RED (13,47-50)

47 También es semejante el Reino de los Cielos a una red que se echa en el mar y recoge peces de todas clases;

48 y cuando está llena, la sacan a la orilla, se sientan y recogen en cestos los buenos y tiran los malos.

49 Así sucederá al fin del mundo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los justos

50 y los echarán en el horno de fuego; allí será el llanto y el rechinar de dientes.

La parábola nos transporta fácilmente a orillas del lago Genesaret, donde Jesús enseñó tantas veces y donde llamó a sus primeros discípulos. Todavía hoy, los pescadores lanzan sus redes al agua en busca de peces. La gran red, arrastrada hasta la orilla, trae toda suerte de peces: comestibles y no comestibles, puros e impuros (Lv 11,9-12). De esta forma, es necesaria una selección: los buenos serán puestos aparte y los malos serán arrojados fuera.

Lo mismo pasa con el Reino de los Cielos. La comparación no está tanto en la red, que contiene peces buenos y malos, cuanto en el momento de la selección última. La parábola es, pues, de carácter escatológico. En el Reino de los Cielos, en su fase terrestre, habrá buenos y malos, pero al fin tendrá que haber una separación. Es más o menos el tema desarrollado en la parábola del trigo y la cizaña.

Los vv. 49-50 se presentan como una réplica de la explicación de la parábola del trigo y la cizaña (vv. 41-42). Esto aparece claro en el hecho de que el verbo “saldrán” es aplicable a los segadores, pero no a los pescadores, y en que el “arrojar al horno de fuego” puede convenir a la cizaña, pero no a los peces. Ahora bien, si en aquella parábola esos versículos eran una aplicación alegórica, obra del evangelista Mateo o de la Iglesia antigua, lo mismo hay que decir aquí: se trata de una interpretación alegórica de la parábola primitiva. La Iglesia primitiva (y Mateo nos lo ha comunicado) quiso imprimir en la parábola de Jesús un valor exhortativo, con el fin de hacer vivir con integridad la doctrina moral cristiana y eliminar, con el recuerdo del juicio final, la falsa seguridad que podían sentir algunos cristianos apegados a sus vicios (cf. 1 Cor 6,9-11.12-20; Gál 5,19-21; Ef 4,17-24).

CONCLUSIÓN DEL DISCURSO (13,51-52)

51 “¿Habéis entendido todo esto?”. Dícenle: “Sí”.

52 Y él les dijo: “Así, todo escriba que se ha hecho discípulo del Reino de los Cielos es semejante al dueño de una casa que saca de su arca cosas nuevas y cosas viejas.

La perfecta estructuración del evangelio de Mateo y sus alusiones constantes al AT ponen de manifiesto que el evangelista era un hombre versado en las Escrituras; en otros términos, un escriba que, habiendo abrazado la nueva fe, se había hecho discípulo del Reino. Su nueva condición no le había obligado a deshacerse de su antigua riqueza religiosa; antes bien, su caudal se había aumentado.

Siendo así, puede sacar de su cofre, como joyas valiosas, las cosas que había aprendido antes y los conocimientos nuevos que ha adquirido al hacerse ciudadano del nuevo Reino. El último versículo del discurso de las parábolas podría ser la firma discreta del evangelista Mateo.

LAS PARÁBOLAS DE JESÚS

Jesús, como los sabios rabinos de su tiempo, quiso utilizar el género oratorio de las “parábolas” para comunicar su doctrina. Es una forma de hablar bien escogida para suscitar y despertar el interés por comprender una enseñanza propuesta de manera un tanto enigmática. Las parábolas en Mateo son unas treinta.

Las parábolas de Jesús han sido y son, para todos los tiempos, de gran actualidad, incluyendo el día de hoy. Sus parábolas son para nosotros, en nuestra vida moderna, “aquí y ahora”.

Las parábolas de Jesús están centradas, en su mayor parte, en el tema del Reino de los Cielos. Proclamar la proximidad, la llegada y el futuro de este Reino de Dios fue la tarea por excelencia de Jesús Maestro. Él mismo dice a sus discípulos: “A vosotros se os ha dado conocer los misterios del Reino de los Cielos, pero a ellos no [...]. Por eso les hablo en parábolas”.

El Reino o “Reinado de Dios” consiste en permitir que sea Dios quien gobierne con su Ley nueva y divina en el corazón de los hombres. Consiste en reconocer la supremacía y soberanía absolutas de Dios. La humanidad entera, para ser feliz, necesita ser guiada y conducida por Dios, su Creador.

Jesús ha venido para mostrarnos el camino para vivir según su Ley: ley exigente y sublime, pero paternal y, por tanto, “suave y ligera”. Jesús la resume en los dos preceptos fundamentales, entregados ya por la Ley de Moisés: el amor a Dios y el amor al prójimo como a uno mismo, y culmina esa Ley del Reino con un mandamiento nuevo, con su propio mandamiento: “Amaos los unos a los otros como yo os he amado”,es decir, hasta la entrega de la propia vida por amor a Dios y a los demás (Jn 15,13-14).

Jesús dice que ese Reinado de Dios ya viene y que está a la puerta, pero también proclama que ya ha llegado y está misteriosamente o en medio de nosotros o incluso “dentro de vosotros”(Lc 17,21). Jesús mismo se presenta como el Rey-Juez universal (Mt 25,34). En definitiva,el Reino de Dios es el Reinado de Dios-Padre, por Cristo-Jesús, en el poder del Espíritu Santo, y ese Reino llegará a su plenitud al final de los tiempos.

Oración

¡Oh Jesús!:

Establece en medio de nosotros
y dentro de nosotros,
con el poder de tu Santo Espíritu,
el Reinado de Dios-Padre,
que es también tu propio reinado.

Siembra en nuestras almas
la semilla de ese Reino
y haz que produzca un gran tanto por ciento.
Escóndelo en nuestro corazón
como un pequeño grano de mostaza
o un poco de levadura
que ensanche en nosotros tu Reino.

Que encontremos, Jesús,
el tesoro del Reino de los Cielos.
Danos esa perla preciosa
que sólo se adquiere
desprendiéndonos de todo.
Inclúyenos, Pescador divino,
en la red de los buenos peces de tu Reino.

¡Bendito seas!