PARÁBOLA DEL TESORO ESCONDIDO (13,44)
44 El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre, vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra aquel campo.
El caso de los tesoros escondidos era común en la antigüedad y siempre provocó el interés y el entusiasmo por buscar. El hombre de la parábola debe de ser un pobre trabajador del campo. Al arar, encuentra el tesoro. El hallazgo es para él una sorpresa y, tras encontrarlo, el hombre lo oculta nuevamente. Era lo normal: de esa forma, el tesoro continuaba siendo parte del campo y permanecía seguro. Viene ahora la palabra clave de la parábola: “Por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra aquel campo”. Hay una sucesión de presentes históricos. De ellos podemos concluir que el evangelista encuentra esta parábola en la tradición evangélica antigua.
La alegría desbordante por haber encontrado un tesoro impulsa al labrador a desprenderse de todo, para poder adquirir el campo. Todo le parece sin valor en comparación con ese hallazgo. ¡Así sucede con el Reino de los Cielos...!: quien lo encuentra se ve inundado de una alegría tal que le impulsa hasta el sacrificio absoluto de sí mismo y de todo lo personal, con tal de adquirir el Reino.
PARÁBOLA DE LA PERLA FINA (13,45-46)
45 También es semejante el Reino de los Cielos a un mercader que anda buscando perlas finas
46 y que, al encontrar una perla de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra.
Las perlas eran altamente apreciadas en la antigüedad. Procedían del mar Rojo, del golfo Pérsico, del océano Índico. Había perlas valoradas en millones. El evangelio de Mateo nos presenta ya a un rico comerciante buscador de perlas. ¡Y la encontró! 46 y que, al encontrar una perla de gran valor, va, vende todo lo que tiene y la compra.
La perla de gran valor es imagen del Reino de los Cielos. Quien lo encuentra de verdad queda de tal manera subyugado que tiene valor para desprenderse de todo con el fin de conseguirlo.
Tanto la parábola del tesoro como la de la perla son parábolas de contraste, que comparan un primer estado de pobreza con una situación posterior de riqueza. Son, igualmente, una invitación personal para recibir el Reino de los Cielos: ¡vale la pena venderlo todo por él! ¡Es hacer un muy buen negocio! ¡Entrar en el Reino de Dios y reinar con él ya desde el presente, vale por todos los sacrificios...!