EL TRIBUTO DEL TEMPLO PAGADO POR JESÚS Y PEDRO (17,24-27)
24 Cuando entraron en Cafarnaún, se acercaron a Pedro los que cobraban las didracmas y le dijeron: “¿No paga vuestro Maestro las didracmas?”.
25 Dice él: “Sí”. Y cuando llegó a casa, se anticipó Jesús a decirle: “¿Qué te parece, Simón?; los reyes de la tierra, ¿de quién cobran tasas o tributo, de sus hijos o de los extraños?”.
26 Al contestar él: “De los extraños”, Jesús le dijo: “Por tanto, libres están los hijos.
27 Sin embargo, para que no les sirvamos de escándalo, vete al mar, echa el anzuelo, toma el primer pez que salga, ábrele la boca y encontrarás un estáter. Tómalo y dáselo por mí y por ti”.
Jesús y sus discípulos están de nuevo en Cafarnaún. El evangelista presenta dos diálogos: primero, de Pedro con los recaudadores de las tasas (v. 24); luego, de Jesús con Simón (vv. 25-27). 25 Dice él: “Sí”. Y cuando llegó a casa, se anticipó Jesús a decirle: “¿Qué te parece, Simón?; los reyes de la tierra, ¿de quién cobran tasas o tributo, de sus hijos o de los extraños?”.
26 Al contestar él: “De los extraños”, Jesús le dijo: “Por tanto, libres están los hijos.
27 Sin embargo, para que no les sirvamos de escándalo, vete al mar, echa el anzuelo, toma el primer pez que salga, ábrele la boca y encontrarás un estáter. Tómalo y dáselo por mí y por ti”.
Las didracmas representan el impuesto anual de dos dracmas que todo israelita, incluido el que vivía fuera de Palestina, debía pagar para el culto del Templo de Jerusalén. Era pagado en dinero judío, de ahí la existencia de los cambistas en el Templo (Mt 21,12).
Jesús se presenta discretamente en su condición de Hijo de Dios y libre, por tanto, de la obligación de pagar el tributo. Pero los discípulos, asociados con Jesús por ser sus hermanos (12,50), son hijos del mismo Padre (5,45) y tampoco deberían pagar el impuesto. Sin embargo, para evitar el escándalo, Jesús lo pagará, pero lo hará por él y por Pedro. El estáter encontrado en la boca del pescado equivalía a cuatro dracmas de plata (un tetradracma). Este episodio, sin llegar a ser propiamente un milagro, quiere manifestar la soberanía de Jesús sobre las realidades de la naturaleza.
La escena en su totalidad, unida a dos precedentes, reviste una especial significación: manifiesta que existe una relación particular entre Jesús y Simón Pedro (14,28; 16,18; 17,1).