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LIBRO:

Mateo 18,10-14. LA OVEJA PERDIDA



LA OVEJA PERDIDA (18,10-14; LC 15,3-7)

10 Guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños, porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre, que está en los cielos.

[11 Pues el Hijo del hombre ha venido a salvar lo que estaba perdido].

12 ¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas y se le descarría una de ellas, ¿no dejará en los montes las noventa y nueve para ir en busca de la descarriada?

13 Y si llega a encontrarla, os digo de verdad que tiene más alegría por ella que por las noventa y nueve no descarriadas.

14 De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños.

El evangelista vuelve al tema de los pequeños y humildes de la comunidad, en oposición a sus dirigentes. Los pequeños tienen fuertes protectores; son sus ángeles, que están siempre ante la presencia del Padre, que está en los cielos. Los ángeles forman la corte celestial, al estilo oriental (2 Sm 14,24; 2 Re 25,19; Tob 12,15). El acento no está tanto en la contemplación de los ángeles cuanto en la asiduidad y en la familiaridad que tienen con Dios. La idea de los ángeles custodios de las naciones se encuentra en Dn 10,13.20-21. Jesús ha aplicado la idea de estos ángeles custodios a las personas individuales (cf. Gn 48,16; Hch 12,15). El v. 11 es una adición que viene de Lc 19,10.

En este contexto comunitario de grandes y pequeños, el evangelista ha querido colocar la parábola de Jesús sobre la oveja descarriada. Se trata, por tanto, de una exhortación a los dirigentes de la comunidad para que ejerzan su oficio de pastores con los fieles que, por algún motivo, andan extraviados, fuera del rebaño, tal vez por descuido, por menosprecio (v. 10) o por haber sido víctimas de un exceso de severidad (vv. 28-30). El énfasis de la parábola está en el empeño en buscar la oveja perdida hasta encontrarla; al hallazgo sigue la alegría.

El oficio de pastor era para los judíos una ocupación despreciable, que rebajaba socialmente al que lo ejercía. Ese oficio aparece en los escritos rabínicos al lado del jugador de dados, del usurero, del recaudador de impuestos. Sin embargo, Jesús no rehusó tomar la imagen del pastor que ama a sus ovejas para aplicarla a Dios, a sí mismo y a sus discípulos.

De ordinario, el pastor cuenta por la tarde las ovejas de su rebaño. La cifra noventa y nueve significa que el pastor ha contado sus animales y se ha dado cuenta de que le falta una oveja, que se le ha extraviado. El pastor tiene cien ovejas; esto no representa una riqueza extraordinaria, pero sí un buen capital. Según los escritos rabínicos, trescientas cabezas de ganado menor era un rebaño notable. El pastor de la parábola cuida personalmente su rebaño.

Mateo dice que el pastor ha dejado las noventa y nueve en los montes. En la práctica, cuando los pastores pierden una oveja, no abandonan el rebaño, sino que lo encomiendan a algún compañero. Al encontrar a la oveja descarriada se llena de alegría por haberla vuelto al rebaño. La conclusión dada a los responsables de la comunidad es clara: “De la misma manera, no es voluntad de vuestro Padre celestial que se pierda uno solo de estos pequeños”.