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LIBRO:

Mateo 4,1-11. LAS TENTACIONES EN EL DESIERTO



LAS TENTACIONES EN EL DESIERTO (4,1-11)


Las tentaciones de Jesús. Retablo en la Catedral de Salamanca.
El bautismo en el Espíritu Santo fue en la vida de Jesús un momento trascendental. El Espíritu Santo entró en él y lo ungió con sus dones y carismas, y en adelante le seguirá guiando en el transcurso de su vida. Mateo continúa su narración diciendo que Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo. Marcos alude brevemente a las tentaciones (Mc 1,12-13); Mateo amplía esa breve mención y utiliza el género literario del midrásh narrativo o interpretación del acontecimiento, para hacerlo pastoralmente útil a sus lectores.

Las tentaciones del diablo son reales, no hay que negarlas; se oponen a la voluntad de Dios, pero podemos superarlas con el auxilio divino. Cada tentación representa una lucha real a la que Jesús hizo frente durante toda su vida. En la narración de las tentaciones Jesús es presentado no solamente como el modelo frente a la tentación, sino también como quien anticipa por su victoria en el desierto la victoria de los cristianos confrontados por la tentación.

Primera tentación (v. 1-4)

1 Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo.
2 Y después de hacer un ayuno de cuarenta días y cuarenta noches, al fin sintió hambre.
3 Y acercándose el tentador, le dijo: “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes”.
4 Mas él respondió: “Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”.
Jesús, impulsado por el Espíritu, quiso ir al desierto antes de comenzar la misión que Dios le encomendaba. El desierto es, en la tradición profética, el lugar ideal del encuentro del hombre con su Dios (Dt 32,10; Os 2,16). Jesús quiere encontrarse con su Dios y discernir su plan divino sobre él.

Partiendo de este acontecimiento real, la tradición evangélica va a desarrollar una verdad teológica. Durante este tiempo de reflexión –como también pudo ser durante todo su ministerio–, Jesús sufrió pruebas contra la forma de la misión que el Padre le proponía (cf. Mt 16,23). En el fondo, esas tentaciones venían de Satanás, el príncipe de este mundo, que quería desviar la proclamación del reinado de Dios, convirtiéndolo en un reino conforme a los criterios de este mundo. El diablo presentía una derrota por los caminos que quería seguir Jesús.

Jesús estuvo exento de pecado, pero pudo conocer la seducción exterior; así se asemejó a nosotros en todo menos en el pecado (Heb 5,15). El relato pone de relieve la victoria de Jesús, y a través de él de la humanidad, sobre los poderes de Satanás.

Jesús, pues, fue llevado por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Esta presentación se inspira en la historia de Israel en el desierto, narrada en el Deuteronomio: “Acuérdate de todo el camino que Yahveh, tu Dios, te ha hecho andar durante estos cuarenta años en el desierto para humillarte, probarte y conocer lo que había en tu corazón: si ibas o no a guardar sus mandamientos. Te humilló, te hizo pasar hambre...” (Dt 8,2-3a).

El ayuno de Jesús recuerda la historia de Moisés: “Yo había subido al monte a recoger las tablas de piedra, las tablas de la Alianza que Yahveh había concluido con vosotros. Permanecí en el monte cuarenta días y cuarenta noches sin comer pan ni beber agua” (Dt 9,9; Éx 34,28).

Los cuarenta días y cuarenta noches del ayuno de Jesús son un paralelo con Moisés, con el pueblo de Israel, que peregrinó cuarenta años por el desierto, y con Elías, que caminó cuarenta días hasta llegar al monte Horeb. Jesús es un nuevo Moisés, un nuevo Israel, un nuevo Elías. En lenguaje bíblico, la cifra cuarenta significa un período largo, sin que sea necesario darle un sentido materialmente exacto (Éx 24,18; Nm 14,33-34; Dt 8,4; 1 Re 19,8).

Terminado su ayuno, Jesús sintió hambre y, partiendo de esa necesidad concreta y natural, el tentador se infiltra insidiosamente y le dice: “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes”. “Si eres Hijo de Dios”, en el sentido de “puesto que eres”. Este título es una referencia a la voz del cielo: “Éste es mi Hijo amado”. La expresión “Hijo de Dios” en labios del diablo no debe entenderse en sentido ontológico, Hijo por naturaleza, sino en el sentido mesiánico, que llevaba consigo una especial protección de Dios (Sal 2,7; Sab 2,13-20; Mt 27,43).

“Di que estas piedras se conviertan en panes”. El diablo insinúa a Jesús, Hijo de Dios, que, exhausto por su ayuno, haga uso de posibles poderes milagrosos recibidos de Dios. Pero Jesús responde, citando el texto de Dt 8,3: “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Mateo cita la versión griega que insiste sobre la Palabra de Dios. Con esto, el diablo le está presentando a Jesús un mesianismo de egoísmo y comodidad en beneficio personal.

Dos consideraciones:

a) Las necesidades materiales humanas son muy reales y necesitan de la providencia divina, por eso los ángeles le servirán a Jesús (v. 11); pero éstas no constituyen la suprema necesidad del hombre, y la vida definitiva de éste no depende del pan material. La Palabra de Dios, que manifiesta su voluntad de diferentes maneras, está sobre el alimento necesario del cuerpo, pues la Palabra divina llega al espíritu del hombre.

b) El poder o los carismas que Dios confía al hombre no deben ser explotados en beneficio propio, mediante un abuso indiscriminado; Dios los da para beneficio de los demás. El mal uso del poder en favor personal puede producir sobreabundancia de bienes materiales, plenitud de bienestar y riquezas indebidas, lesionando así los derechos de los demás.

Segunda tentación (vv. 5-7)

5 Entonces el diablo le lleva consigo a la Ciudad Santa, le pone sobre el alero del Templo
6 y le dice: “Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: ‘A sus ángeles te encomendará, y en sus manos te llevarán, para que no tropiece tu pie en piedra alguna’”.
7 Jesús le dijo: “También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios”.
El diablo lleva a Jesús y lo coloca sobre el alero del Templo. El alero puede significar el ala de una construcción desde donde Jesús, a la vista de la muchedumbre reunida en el Templo, se debería arrojar para realizar una ostentosa manifestación mesiánica. El atrevimiento del diablo es inaudito. Jesús había resistido a la primera tentación citando la Escritura; ahora el diablo, a su vez, cita la Palabra de Dios en el salmo 91,11-12, donde se le asegura al justo el auxilio divino en el peligro. La tentación es más refinada: no se trata de ninguna necesidad, como en la primera tentación, sino de un milagro innecesario, sólo por ostentación y vanagloria.

Jesús responde citando Dt 6,16: “No tentarás al Señor, tu Dios”. El texto alude al episodio de Masá y Meribá, cuando los israelitas exigieron a Dios un milagro para no morir de sed en el desierto (Éx 17,1-7; Nm 20,1-13). Tentar a Dios puede ser desobedecerle para ver hasta dónde llega su paciencia o acudir a su bondad con fines interesados. Jesús rechaza un mesianismo de gloria y de ostentación.

Tercera tentación (vv. 8-10)

8 De nuevo le lleva consigo el diablo a un monte muy alto, le muestra todos los reinos del mundo y su gloria
9 y le dice: “Todo esto te daré si postrándote me adoras”.
10 Dícele entonces Jesús: “Apártate, Satanás, porque está escrito: ‘Al Señor, tu Dios, adorarás y sólo a él darás culto’”.
La osadía del diablo llega al colmo. El diablo conduce a Jesús a un monte muy alto para mostrarle desde allí todos los reinos del mundo y su gloria. A este realismo inverosímil, Lucas le opone una visión instantánea del espíritu (Lc 4,5). La escena recuerda el monte Nebo, a donde Moisés subió para que desde allí Dios le mostrara la Tierra Prometida: “Ésta es la tierra que bajo juramento prometí a Abrahán, Isaac y Jacob, diciendo: ‘A tu descendencia se la daré’” (Dt 34,4).

La generosidad del diablo es absoluta: promete darle el dominio sobre el mundo entero. La condición que pone el diablo a Jesús es que lo “adore”, esto es, que se le someta totalmente, con consecuencias concretas e inmediatas. El ofrecimiento del diablo va envuelto en una mentira máxima, pues no es él, sino Dios, el dueño de los cielos y la tierra. Sin embargo, con la entrada del pecado en el mundo, comenzó el demonio su reinado sobre los hombres, y Jesús ha venido para echar abajo al príncipe de este mundo (Jn 12,31).

Jesús rechaza enérgicamente no sólo la propuesta, sino al mismo Satanás: “¡Apártate, Satanás!”, y le responde citando el texto de Dt 6,13: “Al Señor, tu Dios, adorarás y sólo a él darás culto”. Este texto ponía en guardia a los israelitas contra el peligro de idolatría al que se verían expuestos al entrar en la Tierra Prometida. El diablo le ofrece a Jesús un mesianismo de gloria, dominio, poder, riqueza y bienestar, a cambio de un acto idolátrico: “Si me adoras”.

Jesús, por su parte, hizo una opción radical para su ministerio: renunciar al poder, renunciar a todo mesianismo político terreno y dedicarse a anunciar a los pobres la Buena Nueva del reinado de Dios, como el Siervo de Yahveh. Con esto Jesús se opuso a los sueños del judaísmo de su tiempo: ser liberados del yugo romano y convertirse en señores de todo el mundo (Dn 7).

Conclusión (v. 11)

11 Entonces el diablo le deja. Y he aquí que se acercaron unos ángeles y le servían.
Los ángeles servidores son una imagen de la protección y de la providencia divinas. Jesús recibe de Dios el alimento necesario, que el diablo le sugería conseguir por caminos indebidos. Más tarde Jesús, al enseñar el padrenuestro, integrará esta petición: “Danos hoy nuestro pan de cada día” (Mt 6,11).

A propósito de las tentaciones, este relato se deriva de una tradición que se remonta en lo esencial a Jesús (Mc 1,12-13). En efecto, el rechazo del mesianismo terrestre, que es la afirmación central del relato, data del tiempo prepascual, y el combate con Satanás encontró su término con la muerte y resurrección de Jesús. Este recuerdo fue retomado por Mt y por Lc bajo un estilo de controversia, mostrando la superioridad de Jesús sobre su adversario. Jesús aparece como el nuevo Israel tentado en el desierto, como lo indican las citas expresas del Deuteronomio (8,3; 6,16; 6,13): buscar el alimento fuera de la voluntad de Dios; tentarlo, yendo en pos de gloria y de satisfacciones personales; adorar, incluso, a quien no es Dios. El texto del shemá (Dt 6,4-5) proporcionó la estructura para las tres tentaciones de Jesús, que probó que amaba a Dios con todo su corazón, con toda su alma y con todas sus fuerzas.

Jesús no quiere utilizar fuerzas espirituales para fines terrenos, ni poner a Dios en situación de salvarlo mágicamente mediante un milagro, ni entregarse a Satanás para dominar políticamente el mundo. A diferencia de Israel, Jesús sale vencedor del combate. No se ha dejado separar de Dios.

Mateo subraya el aspecto mesiánico de la tentación gracias a la doble tipología de Jesús, como nuevo Israel y como nuevo Moisés. Unida al bautismo de Jesús, esta escena puede dar también sentido a la existencia cristiana: en principio, todo hijo de Dios ha triunfado ya del diablo (en Jesús).

Oración

Alcánzanos, Jesús, la gracia de siempre:
cumplir la voluntad de Dios
sin apartarnos del plan que el Padre
tiene para cada uno de nosotros.
Acompáñanos, Señor, a lo largo de la vida
y fortalécenos para permanecer fieles a ti
y rechazar con energía toda tentación de Satanás.