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LIBRO:

Mt 5,3-12. LAS BIENAVENTURANZAS



LAS BIENAVENTURANZAS (5,3-12)

Las bienaventuranzas son ocho en Mateo, mientras que en Lucas 6,20-23 sólo son cuatro. Ambas son presentaciones diferentes de un mismo mensaje evangélico. Estas diferencias, debidas a retoques o ampliaciones, no deforman el pensamiento de Jesús, sino que lo esclarecen subrayando sus diferentes aspectos con la ayuda de datos que forman parte de su enseñanza auténtica. Más aún, esos retoques están garantizados por la inspiración y la inerrancia, las cuales no han consistido en asegurarnos una transmisión literalmente exacta de las palabras mismas de Jesús, sino que, más hondamente, han querido darnos el pensamiento de Jesús tal como la Iglesia primitiva, asistida por el Espíritu, lo comprendía y lo adaptaba a sus situaciones concretas.

3 Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

4 Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra.

5 Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.

6 Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia, porque ellos serán saciados.

7 Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.

8 Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

9 Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.

10 Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los Cielos.

11 Bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa.

12 Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos, pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros.
En Mateo, “las bienaventuranzas” trazan un programa de vida virtuosa con promesas de recompensa celestial. Son una invitación urgente a una vida perfecta de santidad y constituyen el programa de vida de todo discípulo de Jesús. De esta forma, las bienaventuranzas adquieren un valor ético universal y permanente, que supera las circunstancias de un tiempo determinado, de un auditorio concreto y de un sitio particular.

La exclamación “¡bienaventurados!” une en parentesco las bienaventuranzas con la literatura sapiencial. Sin embargo, a pesar de ese parecido, las bienaventuranzas de Jesús, más que máximas de sabiduría, son “gritos proféticos” que invitan y exhortan a hacer una opción radical de vida.

Las bienaventuranzas son el pórtico del sermón de la montaña y constituyen el fidelísimo “autorretrato de Jesús”. Si es hermoso imaginarse al “discípulo ideal”, más impactante es “contemplar la fisonomía del mismo Jesús” a través de sus enseñanzas directas, incisivas, penetrantes como espada de doble filo.

“¡Bienaventurados!”: ¡dichosos!, ¡felices! Las bienaventuranzas comienzan con un grito de júbilo, ante la inminencia del Reino de Dios.

1. Bienaventurados los pobres de espíritu

Los pobres son los desheredados y oprimidos, los marginados y dispersos, los vejados y abatidos como ovejas sin pastor; son la gente sencilla y humilde con una dimensión espiritual, objeto de injusticia por parte de los grandes, pero que en la tradición bíblica ocupaban un lugar de predilección (Sof 2,3; 3,11-13; Is 61,1; Zac 9,9).

Son ellos los que en ese momento están recibiendo la comunicación del Reino de Dios mediante las palabras y acciones de poder del Maestro.

Mateo añade: “de espíritu”. Con esta adición, los horizontes se amplían. En la comunidad de Mateo debía de haber personas que no eran materialmente pobres. ¿Quiénes son, entonces, esos “pobres”?

− Los que no son soberbios, ni orgullosos, ni altaneros, sino humildes y sencillos: “Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón” (Mt 11,29).

− Los que, aun poseyendo bienes materiales, permanecen con un corazón desprendido.

−Los que ante Dios se sienten pobres de bienes espirituales.

− Los que tienen necesidad de Dios: “¡Mi alma tiene sed de Dios!” (Sal 42,3).

− Los que por amor al Reino de Dios se han hecho pobres.

La pobreza de espíritu se parece a la “infancia espiritual”, necesaria para entrar en el Reino (Mt 18,1).

“Porque de ellos es el Reino de los Cielos”. Su recompensa será “el Reino de Dios”; más aún, el mismo Dios. Es una recompensa mesiánica, a la vez actual y escatológica. Es el Reino prometido al Mesías (Dn 2,44; 7,14).

“El reinado de Dios sobre el pueblo elegido, y a través de él sobre el mundo, es el tema central de la predicación de Jesús, como lo era el del ideal teocrático del AT. Este reinado implica un reino de “santos”, cuyo Rey verdadero será Dios, porque su reinado será aceptado por ellos con conocimiento y amor.

Este reinado, comprometido por la rebelión del pecado, debe ser restablecido por una intervención soberana de Dios y de su Mesías. Es esta intervención la que Jesús, después de Juan Bautista, anuncia como inminente y la que realiza no por medio de un triunfo bélico y nacionalista, como esperaba la gente, sino de una manera enteramente espiritual, como “Hijo del hombre” y “Siervo”, por su obra de redención que arranca a los hombres del reinado de Satán.

Antes de su definitiva realización escatológica, en la que los elegidos vivirán cerca del Padre en la alegría del banquete celestial, el Reino aparece con comienzos humildes, misteriosos, impugnados, como una realidad ya comenzada, que es desarrollada lentamente en la tierra, por la Iglesia.

Instaurado con poderío como Reino de Cristo por el juicio de Dios sobre Jerusalén y predicado en el universo por la misión apostólica, será definitivamente establecido y devuelto al Padre por el retorno glorioso de Cristo en el juicio final. Entretanto, se presenta como pura gracia, aceptada por los humildes y los abnegados y rechazada por los soberbios y los egoístas. Sólo se entra en él con la vestidura nupcial de la vida nueva, y hay excluidos. Hay, pues, que velar para estar a punto cuando venga de improviso”.

2. Bienaventurados los mansos

Son los humildes, lentos para enojarse y gentiles con los demás. Es una cita del salmo 37,11.

“Porque ellos heredarán la tierra”. El salmo ofrece la felicidad en la Tierra Prometida. En Mateo se trata de una metáfora por el Reino de los Cielos. El verbo en futuro es propio de la literatura sapiencial y no urge necesariamente el tiempo por venir, pudiendo equivaler a un presente, como en la primera bienaventuranza.

3. Bienaventurados los que lloran

El verbo griego designa a aquellos que se ven acosados por el dolor, el sufrimiento, la cruz, las penas, la angustia, la ansiedad..., sufridas en la fe, en la constancia y en la esperanza en Dios.

“Porque ellos serán consolados”. La recompensa de esta bienaventuranza es el consuelo divino, aportado por el Mesías (Is 40,1; 61,3). El autor de este consuelo es el mismo Dios.

4. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia

Al hambre y la sed físicas y efectivas, Mateo ha agregado la palabra “justicia”. En el evangelio de Mateo, la justicia es una virtud muy amplia. No se trata de una justicia puramente social ni es la justicia salvífica de Dios cuyo triunfo se desea, sino la justicia que consiste en una perfección moral y religiosa que se traduce en obras buenas. Es el ideal que se sitúa en la línea de la justicia judía, pero para prolongarla y perfeccionarla. Es una preocupación característica del redactor griego querer probar a los judíos que el cristianismo es el verdadero judaísmo. En resumen, “ser justo” es ser virtuoso, ser íntegro, ser bueno, ser perfecto, ser santo.

“Porque ellos serán saciados”. Dios colmará su hambre y sed de santidad, de bondad y de perfección (cf. Prov 9,5; Eclo 24,19-22; Is 55,1-3; 65,13; Jr 31,25; Jn 6,35; 7,37).

5. Bienaventurados los misericordiosos

La misericordia es uno de los atributos que definen a Dios (Éx 34,6). Él ama siempre al hombre con un amor misericordioso, compasivo e indulgente. Ser misericordioso es parecerse a Dios. La misericordia sabe perdonar al prójimo, ver por los necesitados, amar incluso al enemigo. La misericordia no conoce la venganza.

“Porque ellos alcanzarán misericordia”. Dios ejercerá con ellos su amor misericordioso, perdonando sus deudas y pecados (Mt 18,33), y se mostrará compasivo (Mt 11,28). El verbo en futuro, propio del estilo sapiencial, pide no urgir el tiempo. Dios ejercerá su misericordia ahora y en la vida futura.

Las bienaventuranzas quinta, sexta y séptima no tratan de estados de privación (pobreza, aflicción, hambre), sino de cualidades activas que regulan las relaciones con el prójimo: misericordia, pureza de corazón, paz. Las recompensas, por tanto, no implican cambio de situación, sino una nueva relación entre el hombre y Dios: obtendrá misericordia, verá a Dios, será llamado hijo de Dios. Mateo añadió estas bendiciones para reforzar el programa de virtudes que debe practicar el perfecto discípulo de Jesús.

6. Bienaventurados los limpios de corazón

Jesús beatifica la pureza interior. El corazón es, en la psicología hebrea, la sede de los pensamientos. La pureza a la que se refiere esta bienaventuranza es la rectitud de la mente, el candor del alma, la sencillez o simplicidad; es esa actitud del alma que se siente limpia de pecado ante Dios. Se trata, pues, de los sencillos, en quienes no hay doblez, ni engaño, ni mentira; de los que tienen una mirada limpia y transparente.

“Porque ellos verán a Dios”. La vista de Dios había sido ya prometida a los justos (Sal 11,7; 17,15). La Biblia dice que Moisés y Elías vieron a Dios (Éx 33,18ss; 1 Re 19,9-14). La fe cristiana nos enseña que aquí en la tierra no tenemos más que un conocimiento incompleto de Dios; la fe está llena de oscuridades y vemos como en un espejo, en enigmas. En la vida futura, nuestro conocimiento de Dios será intuitivo (1 Cor 13,12). Los limpios de corazón tienen en la tierra una gran capacidad para percibir la acción de Dios en todos los acontecimientos y para “discernir los signos de los tiempos”, y en la vida futura contemplarán cara a cara a Dios.

7. Bienaventurados los que trabajan por la paz

Son aquellos que se unen a Dios como arquitectos de paz. Dios es paz. Cristo es nuestra paz. La paz no es sólo ausencia de guerra, sino concordia y comprensión, muy cercana del amor. Es restauración y perfección. Es el bien mesiánico por excelencia (Is 9,6; Ez 34,25).

“Porque serán llamados hijos de Dios”. Dios es un Dios de paz (Is 26,12; Sal 84,9; Rom 15,33; etc.). Cristo es el Príncipe de la Paz, autor de un imperio de paz (Is 6,9; Ez 34,25.29). En Belén se eleva un cántico de paz (Lc 2,13-14). Jesús comunica el don de la paz (Jn 14,27; 20,19.21.26). Él es el Señor de la Paz (2 Tes 3,16). Él es nuestra Paz (Ef 2,14). Por tanto, los seguidores de Dios y de Cristo que se asemejen a Dios y al Mesías en su obra pacificadora, serán (llamados) también hijos de Dios: serán como imágenes de Cristo y del mismo Dios.

8. Bienaventurados los perseguidos a causa de la justicia

Es el sufrir por Jesús, el padecer tribulación por el Evangelio, el ser perseguido a causa de Cristo, el ser mártir por dar testimonio de Jesús.

La octava bienaventuranza tiene una estructura literaria compleja; se desarrolla y amplía en dos versículos más: “Bienaventurados seréis cuando os injurien y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos, pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros” (vv. 11-12).

La atmósfera de esta bienaventuranza es diferente a la de las primeras. El discurso inaugural invitaba a entrar en el Reino, y estas persecuciones evocan más bien el discurso apostólico y el escatológico (Mt 10,22; 24,25). Se percibe en esta bienaventuranza a los predicadores del Evangelio, sucesores de los profetas, que serán odiados y maldecidos a causa del mensaje que traen a los hombres.

Mientras que las tres bienaventuranzas iniciales se referían a los humildes y aplastados por los poderosos, esta bienaventuranza se refiere a los cristianos en cuanto tales: odiados y maldecidos precisamente por ser cristianos, discípulos de Cristo (Sant 1,12). Se percibe el eco de las dificultades que los cristianos sufrieron por parte de judíos y gentiles porque su manera de vivir era diferente a la de los demás (1 Pe 3,13-16; 4,4).

“Porque de ellos es el Reino de los Cielos”. La recompensa a esta bienaventuranza, que cierra la serie de bendiciones, forma inclusión con la primera. En una y otra, la recompensa es la misma y es el tema de todo el Evangelio: “el Reino de los Cielos”.

Oración

Hemos escuchado las exclamaciones de la nueva felicidad que traes al mundo, tantas veces desorientado y engañado.

“¡Bienaventurados los pobres, los mansos, los que lloran, los que tienen hambre y sed de santidad, los misericordiosos, los limpios de corazón, los constructores de paz, los perseguidos a causa de tu nombre!”.

Lo que has dicho, Jesús, es tu retrato personal. ¡Haz que nos parezcamos a ti; concédenos ese milagro!