CURACIÓN DE UN LEPROSO (8,1-4; MC 1,40-45; LC 5,12-16)
8,1 Cuando bajó del monte, fue siguiéndole una gran muchedumbre.
2 En esto, un leproso se acercó y se postró ante él, diciendo: “Señor, si quieres, puedes limpiarme”.
3 Él extendió la mano, le tocó y dijo: “Quiero, queda limpio”. Y al instante quedó limpio de su lepra.
4 Y Jesús le dice: “Mira, no se lo digas a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda que prescribió Moisés, para que les sirva de testimonio”.
Mateo coloca la curación del leproso inmediatamente al bajar del monte, después del sermón inaugural del Reino de los Cielos. El relato se presenta más austeramente que en Marcos (1,40-45). Por su parte, Lucas sitúa la escena en una de las ciudades del recorrido galileo (5,12-16). 2 En esto, un leproso se acercó y se postró ante él, diciendo: “Señor, si quieres, puedes limpiarme”.
3 Él extendió la mano, le tocó y dijo: “Quiero, queda limpio”. Y al instante quedó limpio de su lepra.
4 Y Jesús le dice: “Mira, no se lo digas a nadie, sino vete, muéstrate al sacerdote y presenta la ofrenda que prescribió Moisés, para que les sirva de testimonio”.
Una gran muchedumbre seguía a Jesús. En esto, se le acercó un leproso. Por lepra la Biblia entiende toda afección contagiosa de la piel. La lepra era considerada una advertencia para evitar el pecado o incluso un castigo por el mismo (Lv 13,45-46; Dt 28,27.35). El enfermo debía permanecer fuera de la comunidad, para no contagiar a los demás. Si era sanado, no bastaba comprobar la curación de la lepra, sino que era necesario además un rito de purificación: la inmolación de una víctima, el derramamiento de agua viva y la liberación de un ave viva. Este último detalle subraya la salvación de una esclavitud (Lv 14,1-9).
El leproso se acerca, suplica, se arrodilla y habla: audacia, oración y adoración, envueltas en una profunda humildad: “Señor, si quieres, puedes...”. La frase encierra un acto de fe y de esperanza y un abandono total a lo que Jesús quiera. El evangelista pone en los labios del enfermo el título de “Señor” para dirigirse a Jesús.
Jesús accede al instante y extiende la mano. Superando las prohibiciones de la Ley, toca al leproso, pues sabe que, lejos de verse contaminado, él –la pureza– purificará al leproso con el solo contacto físico de su humanidad: “Quiero, queda limpio”. La escena brilla por la majestad, la sobriedad y el poder de la palabra creadora de Jesús. “Y al instante quedó limpio de su lepra”.
“Mira, no se lo digas a nadie”. Es el secreto mesiánico. Jesús quiere evitar un movimiento de mesianismo temporal y político. “Vete, muéstrate al sacerdote...”. Al tiempo que Jesús supera la Ley, es respetuoso con la misma, pues él no ha venido a abolirla, sino a llevarla a su plenitud (Mt 5,17-20), y por eso ordena al leproso que cumpla con el rito de su purificación.
La ofrenda que presente el enfermo constituirá un doble testimonio: será, por una parte, la comprobación efectiva de la curación por parte del sacerdote, según el mandato de la Ley (Lv 14,2-32), y, por otra, servirá de signo para reconocer el poder sanador de Jesús. Dentro del rito de purificación, el detalle de “soltar al campo el ave viva” (Lv 14,7) es un símbolo de la liberación adquirida después de un encadenamiento de por vida.