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LIBRO:

Mt 9,1-8. CURACIÓN DE UN PARALÍTICO



CURACIÓN DE UN PARALÍTICO (9,1-8; MC 2,1-12; LC 5,17-26)

9,1 Subiendo a la barca, pasó a la otra orilla y vino a su ciudad.

2 En esto le trajeron un paralítico postrado en una camilla. Viendo Jesús la fe de ellos, dijo al paralítico: “¡Ánimo, hijo, tus pecados te son perdonados!”.

3 Pero he aquí que algunos escribas dijeron para sí: “Éste está blasfemando”.

4 Jesús, conociendo sus pensamientos, dijo: “¿Por qué pensáis mal en vuestros corazones? ¿Qué es más fácil, decir ‘tus pecados te son perdonados’ o decir

5 ‘levántate y anda’?

6 Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene en la tierra poder de perdonar pecados –dice entonces al paralítico–: ‘Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa’”.

7 Él se levantó y se fue a su casa.

8 Y al ver esto, la gente temió y glorificó a Dios, que había dado tal poder a los hombres.

Jesús cruza el lago y está nuevamente en Cafarnaún. Se encuentra probablemente en casa de Simón. Desde allí Jesús anuncia la Palabra, la Buena Nueva, el Evangelio (cf. Mc 4,14-20.33; Hch 4,4.29.31).

En estas circunstancias, le traen a un paralítico. Según Marcos, eran cuatro hombres. Su interés por la sanación del amigo es patente. La ayuda prestada al necesitado es generosa. Su intervención es decisiva. Son intercesores valiosos.

La relación entre “fe y milagro”, como entre “fe y perdón de los pecados”, es frecuente en los evangelios (Mc 9,22-24; Mt 8,13; 9,22.28-29; Lc 7,48-50). Lo interesante en esta circunstancia es que la fe no es precisamente la del enfermo, sino la de quienes llevan al paralítico. Este dato es pastoralmente digno de tenerlo en cuenta: nuestra fe puede servir de ayuda decisiva en momentos en los que el enfermo no puede ni siquiera orar.

“¡Ánimo, hijo, tus pecados están perdonados!”. La afirmación de Jesús es nítida y directa. El verbo es pasivo y en tiempo presente. Los pecados del enfermo han desaparecido. El autor de ese perdón y de esa remisión podría ser Dios, pero aquí todo indica que es Jesús quien reivindica para sí ese poder.

La reacción de los escribas, conocedores de las Escrituras, es perfecta. Sólo Dios, en efecto, puede perdonar el pecado, pues es una ofensa contra él. La maldad de los escribas está más bien en el juicio excesivo que hacen contra Jesús. Él ciertamente ha dado a entender que de él depende ese perdón, pero ¿por qué juzgarlo de blasfemo (“pecador”) antes de dilucidar por qué ha dicho eso?

Al momento, Jesús manifiesta que él conoce los pensamientos de los corazones de sus oponentes. Este nuevo carisma lo debe también al Espíritu, que lo ha ungido. Jesús les va a dar entonces una prueba sensible e irrefutable del poder que tiene para perdonar los pecados. Así como es fácil decir “tus pecados te son perdonados”, así es igualmente fácil decir “levántate y anda”. En efecto, decir una u otra cosa es igualmente fácil, pero ¿lo será realizarlas?

Entonces Jesús, mediante una simple palabra, que se transforma en orden, dice al paralítico: “Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa”. El evangelista, para describir el inmediato resultado milagroso, hace eco, punto por punto, al mandato de Jesús: “Él se levantó y se fue a su casa”. La catequesis “en palabra y en obra de poder” ha sido perfecta. Jesús ha liberado de la parálisis corporal para indicar que tiene autoridad y poder para salvar de la parálisis espiritual.

El perdón de los pecados aparece como una verdadera sanación. Es como la cara interna de la restauración de la creación, elemento importante en el Reino de Dios proclamado por Jesús.

Pero, antes de dar la orden, Jesús ha pronunciado dos palabras de suma importancia: él es “el Hijo del hombre” y “tiene sobre la tierra poder para perdonar los pecados”. Y Mateo termina diciendo: “La gente temió y glorificó a Dios, que había dado tal poder a los hombres”. El evangelista piensa en los ministros de la Iglesia a quienes Jesús les ha concedido el poder de perdonar los pecados.