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Mateo 12,22-32. EL ENDEMONIADO CIEGO Y MUDO



EL ENDEMONIADO CIEGO Y MUDO (12,22-32; MC 3,20-30; LC 11,14-23; 12,10)

Este milagro, relatado de forma sencilla y rápida, brinda a Jesús la oportunidad para exponer la razón última y definitiva de su actividad liberadora, en virtud de la cual rescata al hombre del poder y del imperio del demonio.

Está en juego una lucha implacable y un duelo a muerte. Jesús ha venido a establecer en el mundo “el Reino de Dios”. Pues bien, como consecuencia lógica, el reinado de Satanás será desplazado.

Los personajes que entran en escena son Jesús, el ciego-mudo, la gente del pueblo y un grupo de fariseos.

12,22 Entonces le fue presentado un endemoniado ciego y mudo. Y le curó, de suerte que el mudo hablaba y veía.

23 Y toda la gente, atónita, decía: “¿No será éste el Hijo de David?”.

24 Pero los fariseos, al oírlo, dijeron: “Éste no expulsa los demonios más que por Beelzebul, príncipe de los demonios”.

Se trata de un caso más en el que la enfermedad, ceguera y mutismo es presentada no simplemente como un padecimiento físico, sino como efecto de una influencia maléfica del demonio. Lucas emplea la frase “un demonio que era mudo”. Los evangelistas cuentan sencillamente que Jesús curó al poseso-enfermo y que éste recuperó su habla y su vista.

Pero dos reacciones contrapuestas se produjeron en el auditorio. La gente sencilla, los pobres de espíritu, llenos de estupor ante lo insólito del caso y percibiendo algo de sobrehumano, se preguntan: “¿No será éste el Hijo de David?”, es decir, el Mesías esperado. “Hijo de David” es un título popular dado al Mesías que aparece con frecuencia en el Evangelio y viene del salmo 89,4-5.21-22 (cf. Mt 9,27; 15,22; 20,30-31; 21,9.15).

Por el contrario, los fariseos decían: “Es en virtud de Beelzebul, príncipe de los demonios, como éste expulsa los demonios”. “Beelzebul” es el nombre de un dios cananeo cuyo significado es “Baal el príncipe”, de donde viene el derivado “príncipe de los demonios”. En algunas versiones se lee “Beelzebub”, como se encuentra en 2 Re 1,2. Mediante un cambio de consonantes y con un juego burlesco de palabras, de Zebul se pasó a Zebub (que significa “mosca”), de donde deriva el título despectivo “Baal de las moscas”.

Hay, pues, una irreductible contraposición en las apreciaciones: o bien Jesús obra en virtud de una fuerza superior, venida de Dios, o bien es instrumento de Satanás. El problema se había tornado verdaderamente serio.

25 Él, conociendo sus pensamientos, les dijo: “Todo reino dividido contra sí mismo queda asolado, y toda ciudad o casa dividida contra sí misma no podrá subsistir.

26 Si Satanás expulsa a Satanás, contra sí mismo está dividido: ¿cómo, pues, va a subsistir su reino?

27 Y si yo expulso los demonios por Beelzebul, ¿por quién los expulsan vuestros hijos? Por eso, ellos serán vuestros jueces.

28 Pero si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios.

Jesús penetra los pensamientos y el corazón de sus adversarios. Allí hay un milagro de orden intelectual. Viene luego un cerrado razonamiento de tres breves argumentos con los que Jesús esclarece y define su propia actividad liberadora.

a) Un argumento de principio

Un reino, una ciudad o una casa (edificio, clan o familia), si sufren divisiones internas, necesariamente perecerán. Pues bien, si Satanás luchara contra sí mismo, estaría ya perdido. Por tanto, cuando Jesús expulsa a Satanás no puede ser en virtud del mismo Satanás.

b) Un argumento “ad hominem”

Los discípulos de los fariseos practicaban exorcismos sobre los enfermos. Pues bien, que digan ellos en virtud de quién arrojan fuera los demonios: en nombre de Dios o en virtud de Beelzebul. Verán que sus mismos seguidores están de parte de Jesús.

c) El argumento decisivo “ex contrario”

Aquí está la razón y la explicación última de la actividad carismática-liberadora de Jesús: “Si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros el Reino de Dios”. Sí, Jesús arroja los demonios, y esa actividad la ejerce con una fuerza suprema y un sumo poder. Esa fuerza y ese poder es el Espíritu de Dios, presente y actuante en él. Además, y como consecuencia, al echar fuera los demonios, Jesús está destruyendo el reinado de Satanás e implantando el Reino de Dios. El Reino de Dios, que era presentado próximo en Mt 4,17, es aquí ahora una realidad presente. Ese reinado divino que Jesús está estableciendo en el mundo es un reinado único, pero en el que entran Dios, Jesús y el Espíritu Santo. Es el reinado de Dios-Padre, establecido por Jesús-Mesías, en el poder del Espíritu Santo.

29 ¿O cómo puede uno entrar en la casa del fuerte y saquear su ajuar, si no ata primero al fuerte? Entonces podrá saquear su casa.

Esta pequeña parábola se refiere tal vez a la victoria de Jesús sobre el demonio cuando las tentaciones en el desierto (Mt 4,1-11).

30 El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama.

Este dicho del Señor, semejante a Mc 9,40 y Lc 9,50, refleja posiblemente la situación de la comunidad de Mateo (cf. 7,21-23).

31 Por eso os digo: Todo pecado y blasfemia se perdonará a los hombres, pero la blasfemia contra el Espíritu no será perdonada.

32 Y al que diga una palabra contra el Hijo del hombre se le perdonará, pero al que la diga contra el Espíritu Santo no se le perdonará ni en este mundo ni en el otro”.

El hombre puede ser perdonado si peca contra el Hijo del hombre, pues su condición humilde oculta su divinidad, pero el pecado de quien se opone voluntaria y persistentemente a la acción del Espíritu no podrá ser perdonado.

El dicho de Jesús sobre el pecado contra el Espíritu Santo ha sido interpretado históricamente de diferentes maneras: pensar en conseguir la salvación sin la fe y la caridad; desesperar de la salvación; obstinarse en el pecado, en el error, en la impenitencia final, en la apostasía. Exegéticamente, parece significar la persistente y voluntaria oposición a la acción del Espíritu Santo.

Esta palabra de Jesús, más que condenación, es una advertencia para no ser condenado. Cuando cesa la oposición al Espíritu, queda abierta la puerta a la gracia de la salvación.