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INTRODUCCIÓN AL LIBRO DE LOS SALMOS

¿Que son los Salmos?

El término «salmo» proviene del griego. Significa «oración cantada y acompañada por instrumentos musicales». Son un total de 150 y forman el libro más extenso de la Biblia, llamado «Libro de los Salmos» (en hebreo, el Libro de los Salmos recibe el nombre de Tehillim, es decir, alabanzas). Algunos salmos incluyen indicaciones acerca de cómo se cantaban algún tiempo después de que surgieran. Por ejemplo, el salmo 12 (11),1, dice: «Del Maestro de coro. Para instrumentos de ocho cuerdas. Salmo. De David». Se entiende fácilmente que eran cantados. Basta mirar las indicaciones de algunos de ellos. Por ejemplo, en el salmo 22 (21),1, leemos: «Del maestro de coro. Según "la cierva de la aurora". Salmo. De David». Esto significa que, cuando se escribió, este salmo se cantaba con la melodía de una canción conocida como «La cierva de la aurora».

Los salmos, por tanto, nacieron para ser cantados.

El término «salmo» proviene del griego. Significa «oración cantada y acompañada por instrumentos musicales». Son un total de 150 y forman el libro más extenso de la Biblia, llamado «Libro de los Salmos» (en hebreo, el Libro de los Salmos recibe el nombre de Tehillim, es decir, alabanzas). Algunos salmos incluyen indicaciones acerca de cómo se cantaban algún tiempo después de que surgieran. Por ejemplo, el salmo 12 (11),1, dice: «Del Maestro de coro. Para instrumentos de ocho cuerdas. Salmo. De David». Se entiende fácilmente que eran cantados. Basta mirar las indicaciones de algunos de ellos. Por ejemplo, en el salmo 22 (21),1, leemos: «Del maestro de coro. Según "la cierva de la aurora". Salmo. De David». Esto significa que, cuando se escribió, este salmo se cantaba con la melodía de una canción conocida como «La cierva de la aurora».

Los salmos, por tanto, nacieron para ser cantados. Esto no quiere decir que no podamos rezarlos, sino que el mejor modo de rezarlos es cantándolos.

Se trata de la colección de oraciones más rica que conoce la humanidad. A pesar de ser muy antiguos, los salmos son eternamente jóvenes, capaces de hablar al alma de los hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares. Por eso podemos considerarlos como el espejo en el que nos vemos reflejados, el espejo en el que nos movemos y existimos. Hablan de manera tan extraordinaria de nuestra vida, de nuestras alegrías y esperanzas, nuestros dolores y conflictos, que parecen escritos en nuestros días y para nuestro presente caminar.

Los salmos surgieron en un contexto judío y son fruto de la espiritualidad judía. Su lengua original es el hebreo. Pero inmediatamente se convirtieron en patrimonio de todos cuantos creen en la vida y en la justicia,independientemente de la raza a que pertenezcan. De ahí que, hoy en día, estén traducidos a casi todas las lenguas que conoce la humanidad.

Los salmos son poesía y también hay que apreciarlos como tal. Algunos son auténticas obras de arte poética. Sin embargo, los que se detienen solamente en su forma poética se encuentran lejos de saborear su contenido. Es como si alguien, al recibir un regalo, se contentara con valorar el envoltorio.

Jesús, sin duda, rezó los salmos. Todo niño judío aprendía de memoria, desde muy pronto, estas oraciones que eran lo más preciado del tesoro espiritual del pueblo de Dios. De hecho, desde pequeño, Jesús habría tenido que aprender a leer y escribir; habría estudiado la historia y las tradiciones de su pueblo y aprendido a rezar con los salmos. En los evangelios podemos encontrar diversos pasajes en los que Jesús cita algún salmo (véase, entre otros, Mc 12,36; Mt 27, 46; Lc 23,46).

Los primeros cristianos apreciaban enormemente el Libro de los Salmos. De hecho, junto con Isaías y el Deuteronomio, este libro se encuentra entre los más citados del Nuevo Testamento. Con el paso del tiempo, las comunidades cristianas convirtieron este libro en su libro preferido de oraciones. El canto gregoriano inmortalizó la alabanza a Dios por medio de los salmos y, hoy en día, las comunidades cristianas descubren nuevamente, una y otra vez, el agua viva que brota de esta fuente inagotable. Esto explica que, por todas partes, surjan grupos que se reúnen para conocer mejor los salmos, con la intención de poderlos rezar de un modo cada vez más adecuado.

La Liturgia recurre sin cesar a los salmos, tanto en la celebración de la Eucaristía, como en la Liturgia de las Horas. Por desgracia, en muchas ocasiones se concede escasa importancia al salmo responsorial después de la primera lectura de la misa. En otras, -lo que viene a ser peor-, este salmo es sustituido por cualquier otro canto.

La numeración del Libro de los Salmos

Cuando se reúne un grupo de personas para estudiar o para rezar los salmos, inmediatamente aparecen algunas dificultades. Esto es debido a que no todos tienen la misma edición de la Biblia. La numeración de los salmos varía dependiendo del texto desde el que se haya traducido la Biblia: el latín o el hebreo. Cuando nos adentramos en el texto, suelen surgir mayores dificultades. Puede que haya traducciones totalmente distintas entre sí.

No resulta fácil llegar a un acuerdo. Tenemos la esperanza de poder llegar un día a un entendimiento al respecto. ¿Por qué es diferente la numeración? Porque manejamos traducciones hechas del hebreo y traducciones hechas del latín. En los ocho primeros salmos no hay problemas. Tienen la misma numeración en todas las traducciones. Pero a partir de ahí comienzan las dificultades. Las traducciones hechas del latín -siguiendo lo que constituye la traducción griega más antigua, llamada de los Setenta- unen en uno solo los salmos 9 y 10 de la numeración hebrea. A partir de ahí, hasta el salmo 113, la numeración hebrea va un número por delante de la latina. Por ejemplo, si el salmo del buen pastor lleva, en la Biblia que usa habitualmente el lector, el número 22, significa que tiene entre sus manos una traducción hecha del latín. Si, por el contrario, tiene el número 23, esto indica que esta Biblia ha sido traducida del hebreo, la lengua materna de los salmos.

Después, los salmos 114-115 de la numeración hebrea corresponden al salmo 113 de la numeración latina, y los salmos 114-115 de esta última corresponden al salmo 116 de la primera. Del salmo 117 al 146, la numeración hebrea vuelve a ir un número por delante de la latina. Las traducciones latinas dividen en dos el salmo 147 de la numeración hebrea, formando los salmos 146-147. Los tres últimos salmos tienen la misma numeración en todas las traducciones.

El esquema sería el siguiente:

¿Cómo orientarse en medio de esta jungla de dificultades? Hay que tener calma y mucha paciencia. Poco a poco las personas van familiarizándose y las dificultades se vuelven menores o incluso desaparecen. Las traducciones hechas desde el texto latino ya han cumplido su misión. Tendrían que dejar su puesto a traducciones más modernas, hechas del hebreo. La misma Liturgia tendría que adaptarse a esta novedad. El hecho de que, durante siglos, se hayan utilizado la numeración y la traducción latinas no es motivo suficiente para no cambiar en el presente. Sería, además, un signo de respeto y de diálogo ecuménico con el judaísmo, que ha venido compartiendo con nosotros esta herencia espiritual.

En este estudio emplearemos siempre la numeración hebrea. Al inicio de cada salmo conservaremos, entre paréntesis, la numeración de las traducciones hechas del latín. Pero, al citar un salmo, siempre lo haremos según la numeración hebrea.

¿Cuándo surgieron los salmos?

Es imposible saberlo. Fueron naciendo a lo largo de seiscientos años. Algunos son muy antiguos; otros son relativamente próximos a la época de Jesús. Son contadas las ocasiones en las que lograremos determinar, con bastante probabilidad, un acontecimiento próximo que nos permita precisar con exactitud el momento en que ha surgido un salmo. Este es el caso del salmo 46, que parece haber surgido tras la retirada del ejército de Senaquerib, en el año 701 a. C. Pero, en la mayoría de los casos, no sabemos cuándo surgió tal o cual salmo.

Antes de aparecer por escrito, los salmos fueron algo vivido. Dicho con otras palabras, al que componía un salmo no le preocupaba el hecho de ponerlo por escrito. Simplemente expresaba ante Dios y ante la gente su situación de sufrimiento, de alegría, de confianza, de alabanza, etc. Estas oraciones espontáneas, nacidas de situaciones concretas de la vida, causaron un fuerte impacto en la vida de la gente. Por eso permanecieron vivas en la memoria del pueblo. Otra gente u otros grupos, que vivieron una experiencia similar, hicieron propias estas mismas oraciones. Y, de este modo, los salmos se fueron conservando de generación en generación.

Para que esta riqueza no se perdiera, mucho tiempo después, se empezó a poner estos textos por escrito. Entraron en acción una serie de personas que sabían leer y escribir, que hicieron adaptaciones, añadidos, que ordenaron materiales, de modo que los salmos recibieron un nuevo ropaje, como podemos ver en nuestras Biblias. Pero en su origen, no hay un texto escrito. Encontramos, es cierto, una fuerte experiencia de una persona o de un grupo, experiencia que se fue conservando y transmitiendo a generaciones sucesivas. Para que se entienda, vamos a poner un ejemplo. Imaginemos que tienes por costumbre rezar espontáneamente y en voz alta a partir de lo que vives, ves y sientes. Tus hijos, rezando contigo, van aprendiendo las oraciones que sueles hacer espontáneamente y las transmiten a la generación posterior, adaptándolas, corrigiéndolas, añadiendo algo. Mucho tiempo después, para que no se pierda este tesoro, alguien decide poner estas oraciones por escrito. Ya no es posible saber quién las ha compuesto. Se han convertido en patrimonio de todos, porque reflejan lo que generaciones y generaciones han experimentado cuando trataron de expresar y traducir la propia fe. Así pues, el origen de los salmos se pierde en la nebulosa de la historia. Pretender averiguar cuándo nacieron es una pérdida de tiempo.

En este comentario de los salmos concederemos poca importancia a la fecha en que hayan podido surgir. La razón es evidente: no es posible determinar el cuándo. Es más importante explorar suficientemente el texto, para que nos proporcione la mayor cantidad posible de información acerca de la situación vivida por quien la compuso.

¿Quién escribió los salmos?

A simple vista, la respuesta parece fácil; 73 de ellos son atribuidos a David. Otros son de los «hijos de Coré» (11) o de «Asaf» (12); otros serían «de Salomón», otros «de Etán» o «de Yedutún», etc. Son datos que encontramos al inicio de muchos salmos. Algunos de ellos, atribuidos al rey David, buscan, en la vida de este rey, una situación que se ajuste al tema del salmo. Éste es, por ejemplo, el caso del salmo 7,1: «Lamentación que cantó David al Señor a propósito de Cus, el benjaminita».

¿Qué valor hay que darle a esta información? ¿Fue, de hecho, David el autor de la mayoría de los salmos? Claro que no. El estudio que vamos a presentar confirmará este dato, y nadie tiene por qué asustarse. En aquel tiempo y en aquella cultura, se acostumbraba a atribuir partes de la Biblia a personajes famosos del pasado. Por ejemplo, la Ley se le atribuía a Moisés y la Sabiduría a Salomón. David siempre fue visto como una persona interesada por la liturgia y por el culto. Era considerado como el hombre de la oración, el amigo de Dios. Por eso se le atribuye la mayoría de los Salmos. Así pues, donde se lee «de David» es mejor leer «dedicado a David» o «atribuido a David». Estos datos que aparecen al comienzo de los Salmos fueron añadidos tiempo después por los estudiosos que los pusieron por escrito, retocándolos, corrigiéndolos o haciendo añadidos.

Un ejemplo, tomado de Mc 12,35-37, puede ayudarnos a esclarecer esta cuestión. Aquí Jesús confunde la sabiduría de los doctores de la Ley, citando el Salmo 110, atribuido a David. Veamos el texto: «Jesús enseñaba en el templo diciendo: "¿Cómo es que los doctores de la Ley dicen que el Mesías es hijo de David?". David mismo, movido por el Espíritu Santo, dice: "El Señor dijo a mi Señor: siéntate a mi derecha, hasta que ponga a tus enemigos debajo de tus pies". Por tanto, el mismo David le llama Señor. ¿Cómo puede, entonces, ser hijo suyo!».

Jesús puso en un atolladero a los doctores de la Ley. Pero hay una solución. Si admitimos que el salmo 110 no es de David, sino de una persona relacionada con el palacio real, todo se aclara. El amigo del rey afirma: «Dijo el Señor (Dios) a mi Señor (el rey de Judá)». Aunque no sea exactamente este el razonamiento de Jesús en Mc 12,35-37a, este ejemplo sirve para mostrar que David no es el autor de los salmos. Le fueron atribuidos los salmos porque se le consideraba el hombre de la oración.

¿Y los otros "autores"? El criterio sigue siendo el mismo. Nunca sabremos quién compuso los salmos, pues nacieron espontáneamente y de forma oral a partir de la que algunas personas y grupos sentían y experimentaban. Se pusieron por escrito mucho tiempo después. Algunos fueron atribuidos o dedicados a David, Moisés, Salomón, Asaf, etc; otros se incorporaron a himnarios, como los salmos que, en el encabezamiento, llevan el título "Del maestro de coro" (véase, por ejemplo, el salmo 54), o el conjunto de los salmos 120-134, conocidos como "Cánticos de las subidas" o "Salmos graduales". Después de ponerse por escrito, estos 15 cortos salmos ciertamente formaron parte de un librito para los peregrinos que subían a Jerusalén. Antes, sin embargo, fueron experiencias concretas de personas o grupos. Sólo en un momento posterior alguien los puso por escrito. Y así acabaron convirtiéndose en parte del librito de cánticos para los peregrinos.

Por tanto, si queremos responder a la pregunta: "¿Quién escribió los salmos?", tenemos que decir que fue el pueblo en sus luchas, en sus alegrías y sus esperanzas, en sus certezas y sufrimientos. En una palabra, fue el pueblo que siempre sintió a Dios como aliado en la lucha por la vida y por la justicia. De hecho, los que todavía creen hoy en ese Dios sienten que los salmos son como un resumen de todo el Antiguo Testamento. Sienten también que el pueblo de antaño tenía las mismas esperanzas que alientan a los hombres y mujeres de hoy en la medida en que sueñan con un mundo mejor y luchan por él. Y Dios es siempre un aliado que no deja a nadie en la estacada.

Los diferentes tipos de Salmos.

Descubrir que los salmos no son todos iguales supone una gran ventaja para quien se dispone a profundizar en ellos con objeto de rezarlos de una manera más adecuada. Esto significa que cada salmo estuvo provocado por una situación y que esta situación puede no coincidir con la que vivimos en el momento presente. Por eso es importante conocer lo que hay detrás de cada salmo para poder descubrir su sentido.

Podemos dividir los salmos en 14 tipos diferentes. Estos 14 tipos se pueden agrupar en 5 familias.

La primera es la familia de los Himnos.

Esta familia tiene tres «hijos»: Himnos de alabanza; Salmos de la realeza del Señor; Cánticos de Sión. Los Himnos de alabanza son 20. Por ejemplo, el salmo 8 y el salmo 146 son Himnos de alabanza. Su característica principal es la alabanza a Dios por su intervención en la historia, creando, liberando, etc. Los Salmos de la realeza del Señor son seis. Pertenecen a este tipo aquellos salmos que afirman o proclaman insistentemente la expresión «el Señor es Rey». Por ejemplo, los salmos 98 y 99. Los Cánticos de Sión son siete. Reciben esta denominación aquellos salmos que tienen como tema central la ciudad de Jerusalén, también llamada Sión. Por ejemplo, los salmos 46 y 84.

La segunda familia es la de los Salmos individuales.

También esta familia tiene tres «hijos»: Súplica individual; Acción de gracias individual; Confianza individual. Los salmos de Súplica individual son los más numerosos; un total de 39. Esto es muy importante para una nueva visión de los salmos, como trataremos de mostrar en las páginas sucesivas. En estos salmos, una persona clama a Dios a causa de la injusticia. Por ejemplo, los salmos 140 y 141. Los salmos de Acción de gracias individual son once. En ellos, una persona después de haber expuesto su queja y haber sido escuchada, da gracias a Dios. Por ejemplo, los salmos 30 y 32. Los salmos de Confianza individual son nueve. En ellos, una persona expresa su absoluta confianza en Dios. Por ejemplo, los salmos 23 y 27.

La tercera familia es la de los Salmos colectivos.

Sigue el mismo esquema que la anterior y también tiene tres «hijos»: Súplica colectiva; Acción de gracias colectiva; Confianza colectiva. Los salmos de Súplica colectiva son 18. Se trata del clamor de un grupo ante las injusticias. Son, por ejemplo, los salmos 12 y 44. Los salmos de Acción de gracias colectiva son tan sólo seis. Un grupo da gracias a Dios por la superación de un conflicto o por un don recibido. Por ejemplo, los salmos 65 y 66. Los salmos de Confianza colectiva sólo son tres. En ellos, un grupo de personas confiesa su total confianza en Dios. Son los salmos 115, 125 y 129.

La cuarta familia es la de los Salmos reales o regios.

Se llaman así porque su personaje central es la persona del rey en acción. Se trata de salmos cargados de ideología, pues defienden la monarquía como institución divina. Más aún, el rey es presentado como hijo de Dios (2, 7) . En total, los salmos reales son once. A esta familia pertenecen, por ejemplo, los salmos 2 y 110.

La última familia es la de los Salmos didácticos.

Tiene cuatro «hijos»: Liturgias; Denuncias proféticas; Históricos; Sapienciales.

Salmos litúrgicos

Sólo son tres. Reciben este nombre porque presentan un fragmento de una antigua celebración litúrgica de la que poco o nada se sabe. Son los salmos 15, 24 y 134.

Salmos de Denuncia profética

Son siete. Son esos salmos con un lenguaje duro parecido al de los «profetas incendiarios», como Amós, Miqueas y otros, cuya preocupación principal fue denunciar las injusticias. Por ejemplo, los salmos 52 y 53.

Salmos Históricos

Son solamente tres: el 78, el 105 y el 106 (algunos Himnos de alabanza también pueden ser considerados históricos: 111, 114, 135 y 136). Se llaman así porque cuentan la historia del pueblo de Dios. Después del salmo 119, son los más largos (para contar la historia hace falta mucho tiempo). Es interesante señalar, desde ahora, que cada uno de ellos tiene una visión particular de la historia: optimista + pesimista (78), optimista (105), pesimista (106).

Salmos Sapienciales

Son un total de once. Se trata de salmos preocupados por las cuestiones existenciales más importantes: el sentido de la vida, la felicidad, la vanidad de las riquezas, la vida que pasa, etc. Abordan, en definitiva, esas preocupaciones que nos visitan cuando atravesamos la línea que marca la mitad de la vida, época en la que se nos invita a producir sabiduría, esto es, a dar un sentido a todo lo que hacemos, tenemos y somos.

Muchos sitúan el Libro de los Salmos dentro del bloque de los Sapienciales. Pero, estrictamente hablando, sólo once salmos pueden calificarse, sin ningún tipo de duda, como sapienciales.

Acabamos de ver que los salmos no son todos iguales. Existen, al menos, 14 tipos diferentes. Pero no siempre los salmos son «puros» desde el punto de vista del tipo al que pertenecen. ¿Por qué? Pues porque a quien componía un salmo no le importaba el tipo. Simplemente abría el corazón y el alma, exponiendo la situación en que vivía. Algunos salmos mezclan, por ejemplo, la súplica con la acción de gracias. Por eso si sumamos el número de salmos que presentamos para cada tipo nos saldrían más de 150.

Una importante clave de lectura

Entre las muchas claves que hay para leer los salmos, hay una de capital importancia. Se trata del conflicto que dio lugar a cada uno de ellos. Vamos a ver esto más de cerca. Si sumamos los salmos de Súplica individual (39) con los de Súplica colectiva (18) tendremos 57; es decir, más de un tercio del Libro de los Salmos está compuesto por un inmenso clamor; por lo general en contra de la injusticia. Si a esto añadimos los salmos de Acción de gracias individual (11) y los de Acción de gracias colectiva (6), tendremos 74, es decir, casi la mitad del Libro. Conviene tener presente lo siguiente: los salmos de acción de gracias tuvieron su origen en la superación de un conflicto. El conflicto, por tanto, también está presente en ellos de alguna manera. Si prestamos atención a los salmos, nos daremos cuenta de que todos ellos revelan un conflicto. En unas ocasiones se trata de un conflicto abierto, una especie de fractura evidente; en otras, será necesario excavar con mayor profundidad para descubrir que, en el fondo, hay una tensión que recorre el texto por detrás. Evidentemente, cuando hablamos de conflicto, queremos decir tensión, personal o social, relaciones sociales injustas, de opresión, de explotación, etc. En este estudio analizaremos abundantemente este aspecto. Y tendremos la grata satisfacción de descubrir que los salmos no nacieron de personas alienadas, ni están destinados a personas alienadas. Todo lo contrario. La clave del conflicto, por tanto, será fundamental en nuestra reflexión. y sentiremos a un Dios muy próximo, aliado, compañero y comprometido con la justicia y la libertad.

Clasificación de los Salmos

De la familia de los Himnos (los salmos entre paréntesis mezclan tipos diferentes). Himnos de alabanza: 8; 19; 29; 33; 100; 103; 104; (105); 111; 113; 114; 117; 135; 136; 145; 146; 147; 148; 149; 150. Salmos de la realeza del Señor: 47; 93; 96; 97; 98; 99. Cánticos de Sión: 46; 48; 76; 84; 87; 122; (132).

De la familia de los Salmos individuales. Súplica individual: 5; 6; 7; 10; 13; 17; 22; 25; 26; 28; 31; 35; 36; 38; 39; 42; 43; 51; 54; 55; 56; 57; 59; 61; 63; 64; 69; 70; 71; 86; 88; 102; 109; 120; 130; 140; 141; 142; 143. Acción de gracias individual: 9; 30; 32; 34; 40; 41; 92; 107; 116; 138. Salmos de confianza individual: 3; 4; 11; 16; 23; 27; 62; 121; 131.

De la familia de los Salmos colectivos: Súplica colectiva: 12; 44; 58; 60; 74; 77; 79; 80; 82; 83; 85; 90; 94; (106); 108; 123; 126; 137. Acción de gracias colectiva: 65; 66; 67; 68; 118; 124. Salmos de confianza colectiva: 115; 125; 129.

De la familia de los Salmos reales: 2; 18; 20; 21.45; 72; 89;101; 110; 132; 144.

De la familia de los Salmos didácticos: Salmos litúrgicos: 15; 24; 134. Denuncias proféticas: 14; 50; 52; 53; 75; 81; 95. Históricos: 78; 105; 106. Sapienciales: 1; 37; 49; 73; 91; 112; 119; 127;128; 133; 139.

ORGANIZACIÓN DEL LIBRO DE LOS SALMOS.

Ya hemos dicho que los salmos fueron surgiendo poco a poco, de forma oral, a lo largo de un período de 600 años. A medida que se iban poniendo por escrito, se realizaban en ellos algunas adaptaciones. Antes de formar parte de lo que hoy conocemos como el Libro de los Salmos, muchas de estas oraciones pertenecieron a colecciones menores, como la colección de las oraciones de David que se menciona en 72, 20, la colección de Asaf (50; 73-83), la de los hijos de Coré (42-49; 84-85; 87-88), la de las subidas (120-134) o la de Hallel (105-107; 113-118; 135-136; 146-150).

Algunos estudiosos reunieron todas estas oraciones ya puestas por escrito y formaron el Libro de los Salmos. Sin lugar a duda, se compusieron y se pusieron por escrito muchos otros salmos. Sin embargo sólo estos 150 pasaron a formar parte del Salterio.

Estos estudiosos se tomaron la molestia de poner por orden los salmos. De este modo, el salmo 1 se colocó al inicio, pues funciona como la puerta de acceso de todo el Libro. Algo parecido sucede con el salmo 150: se encuentra al final por ser la llave de oro que cierra el volumen. De hecho, se trata de un solemne himno de alabanza, una especie de sinfonía orquestada de toda la creación. Antes de él, y preparando ya la gran conclusión, tenemos otros himnos de alabanza (145-149).

Para que se pareciera a la Torá o Pentateuco (los cinco primeros libros de la Biblia), estos estudiosos organizaron los salmos en cinco libros menores. Es lo que descubrimos al leer las doxologías (breves himnos de alabanza) que se añadieron a los salmos con que concluyen esos libros. De hecho, en 41,14 se dice: «¡Bendito el Señor, Dios de Israel, ahora y por siempre! ¡Amén, amén!». Este breve himno de alabanza cierra el primero de los cinco libritos, compuesto por los salmos 1-41. En 72,18-20 se lee: «¡Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque sólo él hace maravillas! ¡Bendito por siempre su nombre glorioso! ¡Que toda la tierra se llene de su gloria! ¡Amén! ¡Amén! (Fin de las oraciones de David, hijo de Jesé)». Aquí termina el segundo librito, compuesto por los salmos 42-72. El tercero comprende los salmos 73-89 y concluye con la doxología de 89, 53; «¡Bendito el Señor por siempre! ¡Amén! ¡Amén!». El cuarto librito está constituido por los salmos 90-106 y termina con estas palabras: «¡Bendito sea el Señor, Dios de Israel, desde ahora y por siempre! Y todo el pueblo diga: ¡Amén! ¡Aleluya!» (106, 48). Al último librito pertenecen los salmos restantes (107-150), el último de los cuales -el 150- funciona todo él como himno de alabanza.